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viernes, 26 abril, 2024
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RELATO- «El grito»- Por Mercedes Forte

Todavía hoy, más de treinta años después, cuando alguna vez regresa por la noche sola a casa sigue recordando aquella otra noche. No siente miedo, no es eso, puede que nunca llegara a sentirlo realmente, siempre fue valiente, otros dirían insensata; pero en esas ocasiones vuelve la antigua zozobra que agazapada en sus recuerdos le acompaña desde entonces.

Ella sabe que la edad la hace menos apetecible pero también menos vulnerable, esos años que ya pesan en el fondo son una vacuna, una bendición.

Recuerda aquella noche como otra de tantas. Las tres de la mañana, ya cansada se despide de sus amigos y se marcha camino de casa. Sus sentidos todavía embotados por el ambiente viciado del local, su cerebro sigue cantando, yo digo salta, salta conmigo…

En la calle, la noche de finales de septiembre la recibe, el aire fresco y ligero le hace sonreír ¡que gustito! El sol de la mañana brilla en mi cara, una brisa fresca me ayuda a despertar. 

Los quince minutos que le separan de su casa se convierten en un agradable paseo, le ayudan a despejarse y preparan su cuerpo y su mente para el cercano y deseado sueño.

Cuando apenas ha recorrido cien metros se cruza con un chico algo mayor que ella. – Inofensivo – piensa.

– Buenas noches – dice él. Ella contesta de igual forma. Cada uno sigue su camino, sus pasos poco a poco les alejan.

La ciudad parece mi amiga, hoy es mi día y nadie me lo va a arruinar. ¡Y dale! no hay forma de que desaparezca. – Bueno, es Tequila. Menos mal que no sonaba Pimpinela cuando he salido – piensa partiéndose de risa.

Sigue caminando, la noche invita a disfrutar de la pequeña caminata, las calles están vacías, tan solo se encuentra con algunos jóvenes como ella, puede que de camino a casa o a seguir la fiesta en otro local. Voy por mi camino sin preocupación, pasa la gente y me miran mal, pero no me importa, a mí me da lo mismo, hoy estoy alegre y tengo ganas de saltar. Ella también tiene ganas de saltar, de cantar en voz alta, pero se contiene, imagina la cara de asombro que pondrían los pocos viandantes con los que se cruza.

Apenas cinco minutos y estará en casa, le da pena abandonar el frescor de la noche y entrar en su habitación todavía recalentada por los últimos coletazos del verano; pero al mismo tiempo tiene ganas de meterse en la cama, entre las sábanas blancas y dejarse llevar por el sueño.

La ciudad parece mi amiga, hoy es mi día y nadie me lo va a arruinar, resuena la música en su cabeza. No, nadie ni nada puede arruinarle el día.

Al doblar una esquina ve su casa, una farola ilumina la fachada, en menos de un minuto estará bajo esa farola, abrirá la puerta, subirá los sesenta y cinco escalones que la conducen a su piso y entrará sigilosamente, con cuidado de no despertar a la familia que duerme… hoy estoy alegre y tengo ganas de saltar. 

Ella busca las llaves en su bolso, siempre parece que jueguen al escondite, oye chistar a su espalda, vuelve la cabeza, un extraño le pide fuego. – No llevo –  contesta girándose e introduciendo apresuradamente la llave en la cerradura abre la puerta, de repente el extraño se abalanza contra ella, la sorpresa y el empujón le hacen trastabillar y caer al suelo, sin saber cómo se encuentra tumbada boca arriba, setenta u ochenta kilos la aplastan contra el duro suelo de la entrada, la boca alcohólica del extraño busca la suya, ella como puede la rechaza y entonces reconoce a la bestia que la tiene sometida… el inofensivo chico con el que se cruzó quince minutos antes. Siente un profundo asco y enormes ganas de chillar, pero no puede. – ¡Déjame por favor, por favor déjame! – le suplica. – Déjame que te vas a meter en un lío – intenta razonar.

Sus súplicas y razonamientos no son escuchados, se da cuenta de que su mano derecha, a la altura de su cabeza, todavía sostiene las llaves. – ¡Métele la llave en un ojo! – se ordena, pero no lo hace, la sola imagen de una llave entrando en un ojo le produce una angustia insoportable. Ella, ilusa, vuelve a insistir – ¡Como grite te vas a buscar un lío! – Pero no grita, piensa en sus vecinos: “éstas no son horas de volver a casa”, “como se le ocurre ir sola por la calle de noche”, “siempre hay que retirarse con alguien”; piensa en la preocupación que sentirán y el disgusto que se llevarán sus padres… piensa, piensa, piensa; y todos sus pensamientos forman una enorme bola que impide a los gritos salir de su garganta. Salta, salta, salta… La mano que presionaba su cadera izquierda contra el suelo abandona su sitio y sube hasta su pecho, agarra su camisa y de un tirón la desgarra, la violencia de ese gesto hace estallar la bola invisible que taponaba su garganta y grita…

Un solo grito desesperado, agudo, como un relámpago que rompe el silencio de la oscura entrada y que sube escaleras arriba en busca de ayuda. La bestia, sorprendida, se incorpora, se levanta y con cara de asombro se da la vuelta y huye. Ella aún tiene fuerzas para decir:
– ¿Ves lo que has conseguido?

Sin poder apenas dominar el temblor que recorre su cuerpo se arrastra hasta las escaleras, se sienta en el primer escalón escondiendo la cabeza entre las rodillas, esperando que se abran todas las puertas, que salgan todos los vecinos, que salgan sus padres…: “éstas no son horas de volver a casa”, “como se te ocurre ir sola por la calle de noche”, “siempre hay que retirarse con alguien”,… Pero… nadie sale… silencio.

Temblorosa y a oscuras cierra como puede su camisa rota, recoge el bolso, la chaqueta, las llaves y llorando en silencio sube los sesenta y cinco peldaños mientras en su cabeza sigue sonando Tequila. Yo digo salta, salta conmigo, digo salta, salta conmigo, salta, salta conmigo…¡Salta!

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