José Puche Forte
Entre los viejos dichos yeclanos hay uno que manifiesta que “Hasta San Antón, Pascuas son”. Al que algunos añaden “y si quieres más, hasta San Blas”. Cuando ya han pasado la Nochebuena, el Año Nuevo y los Reyes, nos quedamos todos un poco entristecidos al volver de nuevo a la monotonía diaria del trabajo, enfrentándonos al crudo invierno. Pero el 17 de enero llega San Antón para alegrarnos de nuevo con sus populares y antiguos festejos. Son unos días que hay que aprovechar.
San Antonio Abad, protector de los animales, es uno de los santos más longevos y uno de los más venerados y festejados en gran cantidad de pueblos españoles, entre ellos el nuestro. Este virtuoso anacoreta nació en Beni Suez (Egipto) y vivió entre los años 251 al 356 pues murió a los 105 años. A pesar de pertenecer a una familia poderosa del Alto Egipto, no llegó a tener una educación literaria, pero su personalidad adquirió gran renombre. Sólo sabía hablar el lenguaje copto. Nunca quiso libros pero se conocía de memoria los textos bíblicos. A los que le reprochaban su ignorancia les decía: “¿Qué es lo primero, la inteligencia o la ciencia?”. Mi libro es la creación y lo puedo leer siempre que quiera”. Cuentan que a un pobre monje ciego le consolaba diciendo: “Hasta las moscas pueden ver con los ojos. Pero con los ojos del alma sólo nosotros y los ángeles podemos ver a Dios”.
Parece ser que cuando tenía unos 20 años, repartió toda su fortuna entre los vecinos más necesitados y marchándose del pueblo se instala en una de las muchas sepulturas cavadas en la roca que hay en la Tebaida. Después, durante unos 20 años, habita en las ruinas de un viejo castillo egipcio y desde allí marchó al desierto entre el Nilo y el Mar Rojo. Sólo se alimentaba de pan y dátiles que los beduinos le daban y de este modo fue viviendo austeramente la vida de los anacoretas. Cuentan que en esta soledad sufrió numerosas tentaciones de los demonios que intentaban que renunciase a esa vida de oración y sacrificios y de entrega a Dios. Mucho se ha escrito sobre esto y hasta hay cuadros de grandes pintores como El Bosco de estas escenas. Dicen que a veces se le aparecían hermosas mujeres que lo provocaban para despertar su lujuria. Tentaciones que el santo lograba superar con sus rezos y meditaciones. En otra ocasión, una turba de diablos le dieron tal paliza que lo dejaron sin sentido y que un monje que lo encontró se lo llevó a enterrar creyéndolo muerto, pero mientras lo velaba, recuperó el conocimiento. Parece ser que en otra ocasión le ofrecieron bandejas de plata y cantidad de oro para tentarlo, pero que él las rechazó sin querer tocarlas.
Abandonó el desierto en escasas ocasiones. Dicen que en una de ellas fue para trasladarse a Cataluña para exorcizar a la esposa y la hija del gobernador de este distrito, ya que estas estaban poseídas por demonios. Cuando iba de camino se le apareció una jabalina que llevaba en la boca un lechoncillo sin patas y son ojos, al que el santo bendijo y el pobre animalillo recuperó los ojos y extremidades. Desde este momento, la jabalina siempre permaneció con él. Después, expulsó los demonios de la familia del gobernador. También dicen que los animales y unos seres extraños lo condujeron por el desierto hasta donde estaba Pablo ‘El Ermitaño’, otro anacoreta que desde hacía tiempo iba buscando. Era ya casi centenario cuando San Antonio lo encontró. Cuentan que un cuervo les llevaba el alimento. Confortado por su larga conversación se despidió de él. Parece ser que fue en otra ocasión a visitarlo al tener la premonición de que había muerto, y al llegar encontró helado su cadáver el cual estaba de rodillas con los brazos extendidos hacia lo alto. Dicen que unos leones le ayudaron a excavar su tumba y que San Antonio se llevó como reliquia la túnica del palma del ermitaño y siguió en el desierto.
En dos ocasiones fue San Antonio a Alejandría, en el año 311 para consolar a los que padecían persecución y en el 350 para confortar a San Atanasio en su contienda contra la actuación arriana. Tenía casi 100 años. San Antonio Abad nunca llegó a fundar una comunidad con reglas monásticas, pero en adelante no vivió completamente sólo sino que junto a él hubo varios discípulos con los que se comunicaba y juntos celebraban los Divinos Oficios. Él siempre decía. “Al igual que el pez muere fuera del agua, así perece el anacoreta fuera del desierto”. Cuando murió fue enterrado en secreto. Muchos años después encontraron sus restos y los llevaron a Alejandría. Mucho más se ha escrito sobre este santo protector de los animales.
En nuestro pueblo, desde tiempos antiguos, siempre ha gozado este santo de una gran devoción y simpatía. A mediados de 1400 a extramuros de la calle de Santa Bárbara ya tenía una pequeña ermita dedicada a él a cuyo lado había un pequeño cementerio. En 1663 ya se recogía limosnas y se dejaba suelta a una marrana por las calles, que los vecinos alimentaban. En el día del santo se sorteaba o se vendía para recaudar fondos con los que se costeaban los festejos. Esta costumbre parece que fue suprimida allá por 1892. Dicen que la marrana desapareció en provecho de algunos y que nada se supo de ella ni de los que se la apropiaron. Era conocida popularmente como ‘la marrana de San Antón’. A mediados de 1700 ya se le hacía procesión al santo y tenía su propia cofradía. También tenía sus mayordomos. . En la víspera se encendía hoguera ante la iglesia del ‘Hospitalico’ y se daban las tres vueltas a la manzana con mulas y caballos. Los chiquillos montaban unos sobre otros y el que hacía de caballo llevaba un collar de campanillas. Había carreras pedestres y de caballos por las calles de San Antonio y Paseo de la Estación, dando palomas a los ganadores. Las mujeres se engalanaban con mantillas y trajes de labradora luciendo mantones de ‘manila’. El sacerdote bendecía a los animales y pequeños panes que les daban a los animales con romero y sal para que San Antón los librara del ‘muermo’, la ‘usagre’ y la ‘entripá’.
Estos festejos se perdieron a mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo y después de casi 20 años se recuperaron de nuevo. ¡Que las disfrutéis!