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REGRESO A LA MANNIX

En la celebración del pasado sábado si Agustín no llega a encender las luces lo más seguro es que todavía seguiríamos allí

No lo oculto. Me lo pasé a lo grande. Como un crío con un móvil nuevo. Y creo que toda la gente que acudió también, aunque eso no me toca decirlo a mí. Fue muy emocionante volver a la cabina de la Mannix después de 27 años. Justo el tiempo que hace que nació mi hija, la segunda de los cuatro de a bordo que se nos casa en noviembre. Siempre agradeceré a Agustín Pérez Martínez, en adelante, y como siempre, Agus el de la Mannix, que confiara en mí para poner música en las noche de los fines de semana, festivos y fiestas de guardar, en aquella época en la que me vino de perlas tener ingresos extras para reforzar la economía familiar mientras las cosas que había puesto en marcha empezaban a despegar. En esta ocasión cambiamos la sesión de noche por sesión de tardeo, un genial invento de la hostelería para los que ya nos va faltando espacio en el pastillero. Porque uno ya está para los trotes justos, no como en aquella época en la fundíamos la noche con el día y que para poner música echábamos mano de los tocadiscos, que los más modernos llamábamos platos, y de los primeros ‘cedés’ que empezaban a sustituir para siempre a los vinilos. Ahora, toda la música del mundo la tenemos a nuestro alcance en un ordenador o en el móvil. Basta con tener una buena conexión a internet.

Los tiempos, que han cambiado al igual o más que hemos cambiado nosotros. Pero lo que parece que siempre seguirá exactamente igual es la discoteca Mannix. Y Agustín, que sigue al pie de cañón y en sesión doble aguantando como un jabato. Entras en la Mannix y parece que has entrado en el túnel del tiempo, cuando bailábamos canciones de verdad, de esas que hemos seguido escuchando durante toda la vida, y no como ahora que todas las canciones parecen la misma. Tres generaciones durante casi cinco horas maravillosas llenando la pista y bailando la misma música que hace décadas. Es como si después de los 80 y los 90 hubiera desaparecido la buena música, salvo honrosas y muy escasas excepciones. La misma música que todavía nos sigue moviendo a todas las generaciones que han ido llegando detrás. Y si no que se lo pregunten a Agustín. Atendió a nuestros padres y ahora nos atiende a nosotros y a nuestros hijos. Y antes de que quiera darse cuenta verá entrando a la Mannix a nuestros nietos.

Solo por eso ha merecido la pena celebrar por todo lo alto el 50 aniversario para reencontrarnos con los de nuestra época y para contar batallitas de aquellos años a nuestros hijos, que todo hay que decirlo. Ay, menos mal que las paredes de la Mannix no hablan y que lo que pasa en la Mannix queda en la Mannix. A partir de ahora cada vez que volvamos a entrar a la Mannix vamos a tener la sensación de que continuamos celebrando que aquí seguimos los que seguimos y por el momento no tenemos intención de irnos a ninguna otra parte. De hecho, el pasado sábado, si Agustín no llega a encender las luces todavía seguimos allí. Si la otra vida es eterna, yo me pido vivirla en la Mannix.

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