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A PROPÓSITO DE LAS ELECCIONES

Creo que fue Churchill quien dijo que la Democracia es el menos malo de los sistemas políticos

Hasta la fecha no he encontrado el vocablo que defina el hecho de que en las elecciones todos los votos son exactamente igual de válidos con independencia del nivel cultural, intelectual o de las circunstancias personales y tan dispares de todos y cada uno de los que acudimos a las urnas. El término que explique que el mismo valor tiene el voto del que no sabe hacer la “o” con un canuto que el de un catedrático doctorado en trigonometría, que como todo el mundo sabe es la ciencia que calcula cuánto trigo hay que cosechar para elaborar la harina que contiene un pan de tres libras, dicho sea por si alguien dudaba de mis conocimientos matemáticos.

Cada voto tiene la misma importancia que los demás en el recuento de papeletas aunque, admitámoslo, es más que evidente que no todos los votos se han decidido bajo el mismo criterio sino todo lo contrario. Todos resultan plenamente lícitos, tanto el voto que sale de una cabeza bien amueblada como el de una cabeza llena de serrín. Computa, con perdón, por igual el voto de un sabio ilustrado que el de quien no ha tenido la oportunidad de aprender a leer ni escribir. ¿Cuál de esos dos votos es más acertado y coherente? Valen exactamente lo mismo el voto de un joven que vota por primera vez que el de un anciano que ha vivido lo suficiente como para tener una percepción de la realidad exageradamente distinta a la hora de cavilar el color de su voto. Creo, y no me hagan mucho caso si es que alguna vez alguien me hace caso, que fue Churchill quien dijo que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos.

Pero aún así todos los votos tienen el mismo peso en la balanza del escrutinio final. Y así tiene que seguir siendo siempre a pesar de esta peculiaridad tan paradójica y chocante. ¿Y cómo calificarla? ¿Como el mayor derecho que ampara la Democracia? ¿El más extraordinario fundamento que protege nuestra Constitución? ¿Equidad y justicia? Piénselo al menos: en las Elecciones Europeas de este domingo igual influirá el voto del que se sabe al dedillo el programa de cada partido que el que votará sin saber si la sede del Parlamento Europeo se halla en Bruselas, Estrasburgo, Luxemburgo o a las afueras de Burgos. Igual se tendrá en cuenta el voto de quien está requeteconvencido de cuál es su mejor opción política que el que votará al candidato que le parezca más bonico y resultón; el voto de quien se preocupa en informarse de todo lo que ocurre a su alrededor que el voto de quien no ha abierto un periódico en su vida; el voto de quien decide involucrarse socialmente que el voto de quien pasa olímpicamente de todo… Tanto es así que hasta tienen la misma validez los votos de los que no votan, (de hecho en más ocasiones de las que serían deseables, el mayor porcentaje de votos se lo lleva la abstención y eso nos lo tendríamos que hacer mirar). Y tres cuartos de lo mismo con las papeletas que resultan nulas porque aparecen con palabrotas o dibujos escatológicos en los que no entraré en detalle porque estamos en horario infantil. Al final todos suman y se tienen en cuenta. Así de inmensamente grande es la Democracia, escrita siempre con mayúsculas.

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