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TRIBUNA DE DEBATE- “Yecla, cuídate”- Por José Miguel Rodríguez González-Moro

Siempre había querido ser médico, mi abuelo, mi padre, lo eran y, claro está, yo era el siguiente, y cierto que nunca sentí ninguna presión para tomar esta decisión de la que, por cierto, en estos días me siento más orgulloso que nunca. Había vivido la medicina en casa, en la calle San José, desde crío, cuando esta medicina era humana de verdad y las relaciones médico, familia, paciente, eran relaciones de humanidad y de cercanía, de acudir a las casas, al domicilio, y hablar con las familias y conocer su entorno.

Esa medicina cuyo primer gesto consistía en tomar el pulso en la muñeca del paciente nada más entrar a la consulta, con la excusa de conocer su frecuencia cardiaca se proporcionaba calor, afecto y la seguridad de que tu médico estaba contigo, de que estabas en buenas manos, que te sujetaba para ayudarte en ese momento de preocupación por tu salud. Era como cuando te dan la mano para acompañarte, para protegerte, para atravesar un lugar difícil o peligroso.

Esa medicina en la que antes de entrar a fondo con la enfermedad, lo primero era preguntar por la familia, por su situación, por sus amigos, ese rato de «charrar” de otras cosas que tan bien venía para establecer lazos de familiaridad. De romper esas barreras y que el enfermo notara tu proximidad y que de verdad era especial para ti, no uno más al que tenías que atender ese día de una larga lista. Este maldito virus ha acabado con todo esto y ha puesto de manifiesto la tremenda soledad en la que viven los pacientes, sus familias y los profesionales de la sanidad.

Los pacientes, muy malitos y aislados en sus habitaciones o en urgencias o en las UCI, que ven como entran y salen unos seres tapados de arriba abajo, que se preocupan de ellos, de que no les falte de nada, de darles todo el afecto posible, pero siempre separados por la distancia y el aislamiento de plásticos y más plástico, calzas, batas, gafas, gorros, mascarillas, dobles guantes, y… caras tapadas.

Rostros que no ven pero que estos días soportan una carga física y emocional difícil de definir. Transmitirles, cuando al fin podáis, que hemos estado ahí todo el tiempo, que nos hemos llevado la preocupación a casa, que hablamos de ellos en los múltiples chats y conexiones telemáticas y que son nuestra lucha y nuestra esperanza para conseguir doblegar a este enemigo invisible.

Las familias viven en la distancia no poder estar al lado de sus seres queridos, y en algunos terribles casos, no poder despedirse de ellos. Es la otra soledad, la que se vive en compañía, pero en la que falta alguien, la soledad de la distancia y de la falta de comunicación. La sensación en el hospital es extraña, no hay bullicio, reina el silencio, muy pocas personas, no hay grupos, no hay colas en citas ni en admisión, los ascensores suben y bajan vacíos, no hay consultas, solo hay silencio y más silencio. Pero sobre todo no hay familiares que te pregunten, que estén en las habitaciones cuando entras, que vayan a pedir justificantes, que te pidan adelantar una cita… Creedme que esto se echa de menos.

Nosotros, los profesionales de la salud, repetimos una y otra vez la palabra “cuídate” desde la soledad de nuestros aislamientos individuales. Corría el año 2000, hace 20 años, y “La Oreja de Van Gogh” publicaba ese exitoso álbum llamado “Viaje a Copperpot”. Su primer sencillo llevaba por nombre “Cuídate” y todos lo cantamos alguna vez con Amaia Montero. En esta situación que estamos viviendo por culpa de este maldito coronavirus, al que ya todos conocemos como COVID-19, “cuídate” es, sin duda la expresión más utilizada y que mejor refleja el deseo de unos a otros.

“Cuídate”, esta palabra, este deseo, muchas veces acompañada de un emoticono con la carita y enviando un beso en forma de corazón, se ha convertido en la reina de las despedidas de los mensajes de wasap, de las despedidas de las conversaciones con imágenes de Skipe o de Facetime, y es la última que pronunciamos en las salas de las reuniones matutinas delos hospitales cuando cada uno va a suplanta Covid-19 a enfrentarse con la dura realidad de cada día. Cuídate, protégete, sé que lo das todo en tu lucha diaria, pero para ti y para tus pacientes y para tu familia, lo más importante es “cuídate”, no caigas en la batalla, que mañana te queremos ver otra vez ahí, otra vez curando, otra vez asumiendo el riesgo que supone entrar en una planta de hospitalización, en una UCI, en una urgencia, con decenas de enfermos infectados por el Covid19.

En una planta dónde no ves ningún rostro, dónde viven enfermeras y auxiliares durante periodos de 8 y 10 horas, dónde las manos están destrozadas de tanto alcohol, dónde la voz sale distorsionada por el efecto de las mascarillas, donde apenas ves las miradas, pero dónde siempre utilizamos el “cuídate” en vez del adiós, hasta mañana o el buen fin de semana.

Amaia Montero cantaba:

Cierra la puerta, ven y siéntate cerca
Que tus ojos me cuentan que te han visto llorar
Llena dos copas de recuerdos de historias
Que tus manos aún tiemblan si me escuchan hablar

cuídate, aquí yo estaré bien
Olvídame, yo te recordaré

Os aseguro que en esta batalla el que acaba mal es el malo, ese bicho tan malo que nos ha infectado de forma tan despiadada y al que vamos a doblegar y todo volverá a ser mejor que antes. El final está ya cerca.

¡Cuidaros y quedaros en casa por favor!

 

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