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«Ningún jueves sin periódico»- Por Noemí Martínez

Cuando, el último jueves de septiembre del año 2000, decidí guardar cada una de las páginas de aprendizaje de aquel verano, no imaginaba revisarlas 20 años después. Y así, de un vistazo, recordarlo todo. Lo abrumador de pisar aquella redacción, mi primer periódico, con la timidez de una estudiante de 19 años, a la que, sin anestesia, mandan a entrevistar al inspector jefe de la policía o a preguntar, a calle abierta, a todo ciudadano que se preste. Y que no falte la foto.

Y ahora una rueda de prensa. Y ahora un reportaje. Sí, la novata entre profesionales del periodismo local, ése que te exige dominarlo todo, patear la ciudad, olvidarte del reloj. Los que dicen que el periodista de ahora debe ser multitarea nunca han sido periodistas locales. Ellos tocan todos los palos desde siempre. Y a buen ritmo, que el tiempo aprieta.

Todos lo dicen, pero quien lo ha probado lo atestigua: un periódico local es una escuela. En esa mochila universitaria que has cargado durante el curso guardas la teoría. Recurres a ella. La repasas.

Pero hasta que no te sientas varias veces al día delante de un entrevistado o vas a la caza del reportaje, con esa grabadora de hace 20 años, tu cuaderno de notas y preguntas a mano, con el temple requerido pero el nervio aún en el corazón -ese nervio que, años después y con otro cariz, nunca se va, ni debe irse, o habrás perdido la pasión por tu profesión-, con la necesidad de que la seguridad en ti misma haga que quien responde a tus preguntas obvie tu rostro aún adolescente…

Hasta que no haces todo eso, no completas tu aprendizaje. Y si durante el curso había que desgastar codos, en verano era imprescindible desgastar las zapatillas.

Aquel verano es algo material en estas hojas que ahora reviso con nostalgia y que me han transportado a esa primera planta del edificio Parque, donde maquetábamos en Mac de colores y trasteábamos con una cámara digital aún desconocida. A Quintanilla, pegado a su ordenador, siempre barruntando alguna idea, o a Pascual, mochila al hombro, camino de algún evento deportivo.

Al bullicio del miércoles de cierre. Y a la satisfacción de ver impreso el resultado en el quiosco, en la barra del bar, en el salón de casa. Porque, 20 años después de aquel Faro –años que hoy parecen Siete Días– y a 400 kilómetros de distancia, el jueves sigue siendo un día marcado: el jueves sale el periódico.

 

 

 

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