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RECORDANDO EL VIEJO BAR “LA ZARANDA”

José Puche Forte

No se puede hablar del vino y olvidarnos de aquel viejo y típico bar “La Zaranda” que, aunque surgió de nuevo, ya no es el mismo de antaño y en nada se le parece al antiguo, que surgió de una bodega y fue fundado por José Santa Marco, allá por 1947. Sólo ha quedado de él el nombre, algunos elementos decorativos y el prestigio de aquellos que lo conocimos y aún lo recordamos. Hoy los tiempos son otros y ni se vive ni se piensa de la misma manera. Por eso, creo que le debemos dedicar este artículo.

Aquel viejo bar que nació de una forma sencilla y que comenzó su andadura en aquellos difíciles años de la posguerra y que gracias al mimo y a la inteligencia que le puso su dueño Pepe Santa poniéndole por nombre “La Zaranda” y que pasaría después a manos de su hijo Martín, logró alcanzar gran prestigio y fama, llegando a ser conocido en muchos puntos de España y parte del extranjero.

A este humilde y entrañable rincón empezaron a acudir los grandes amantes del vino, fieles seguidores de Baco, para oler y saborear el delicioso néctar de “soleras mesozóicas”, Pepe era un gran apasionado de la arqueología. Aquellos viejos adoradores de la “sangre de la tierra” acudían allí a diario para beber el “néctar de los dioses”. Eran gente humilde, albañiles, carpinteros y jornaleros del campo en su mayoría, como “el tío Porseguera”, Juanico “el de la Manuela”, Pepe el de “la Chima”, “Miguelón” y algunos otros que al acabar su jornada laboral, acudían a este improvisado bar para saborear unos vinos y buscar el calor de la amistad en sana y animada charra. Puede que para ellos compusiera Pepe Santa aquel célebre versico que decía : “En este noble lugar, es costumbre de la gente el zurrir para adorar y de ese goce lo mejor, es ir llenando la andorga del delicioso licor que pisaron con la alborga”.

Después de aquellos viejos clientes vinieron otros como Eduardo “el Parrancano”, “el Diablo”, “el Gachasmiga”, el célebre “Mortero”, “los Antolinos”, Fernando “el Colleja”, Juan “el Cabildo”, “Vevancio”, Manolo “el de la Estación”, Julio “el Bolañé”, “el Sordo”, Fernando Carpena “el Pescatero”, que pintó la vieja Yecla y hasta nuestro universal paisano el escritor Castillo-Puche, gran amigo de Pepe Santa, lo nombra en sus escritos y no vendría a su “Hécula” sin pasarse por “La Zaranda”. Si enumeráramos a todos sus más famosos clientes, la lista sería larga.

Lo que empezó Pepe Santa lo continúo su hijo Martín, que empezó a ayudar a su padre a los 16 años, siguiendo la tradición que este había iniciado. Llegaron a recoger más de 2.000 apodos o motes de yeclanos. De su padre recogió y amplió el original listado de las tapas que este había iniciado. El nombre de algunas de ellas aún figuran escritas en azulete en la pared del actual “Zaranda”. ¿Quién no recuerda aquellos singulares nombres como “Recortes de sotana” (rodajas de morcilla), “pollas en vinagre” (sardinas con cornetas picantes), “salvajes” (huevos duros), “la entrastá del Cabildo” (longaniza a la plancha), “talones de muerto” (rodajas de patata asada), “sostenes de tanguista” (dos olivas pinchadas en un palillo), “cagarrutas” (olivas negras), “bacalao de Feria como lo hacían en la barraca de María la Santa”, que era una de las tapas más sabrosas. “Montserrat Caballé” (caballa en escabeche), “cipotes” (longaniza larga), “hígado de concejal” y aquellos sabroso “cefalópodos” (pulpos a la plancha), cuya técnica sólo Martín conocía, y muchas otras.

Todas ellas regadas con vino “litúrgico” de aquel viejo tonel que estaba en el hueco de unas escaleras, el cual tenía un saborcillo especial. En 1954 Martín realizó la primera reforma del bar, decorándolo con utensilios de las bodegas y con fotografías y dibujos de yeclanos célebres. Fue en esta etapa cuando a Martín le dio por dibujar el semblante del rostro de muchos de sus clientes más asiduos, llegando a reunir más de 40.

A este típico bar nos dio por acudir a varios amigos en nuestro tiempo de juventud y no dejamos de hacerlo hasta que cerró sus puertas allá por 1997. Pues allí había un excelente vino, unas apetitosas tapas, era económico y había un ambiente especial que nos atraía. En “la Zaranda” estábamos a gusto, allí nadie se sentía extraño, era el rincón de encuentro de famosas tertulias y de anécdotas chocantes. Aquello era una “pequeña universidad del saber yeclano” en donde jóvenes y viejos convivían, en donde el vino obraba “milagros”, inspirando el pensamiento y dando paso a las ocurrencias más peregrinas y anecdóticas.

Allí se llegaba a cantar habaneras y algún que otro fragmento de zarzuela, se hablaba de los más variados temas y en ocasiones el calabazón lleno de vino pasaba de mano en mano como el más preciado cáliz. Allí se pedía el vino de las más variadas formas. Uno decía: “Martín, pon “un columpio”, “arrima una pilastra”, “escancia un litúrgico”, “echa una reliquia”, “avoca un culico”, “pon una cintica”, “vierte un cabildo (vaso grande”. En este lugar se bebía más vino que cerveza, pero había de todo. Aquello siempre se llenaba. Allí no había distingos de clases políticas y sociales, sólo se buscaba la sana convivencia ante un vaso del buen vino. Por este local pasaron personajes de fama nacional, entre ellos Ana María Matute, Augusto Algueró, Vázquez Montalbán, y Pedro la Virgen, entre otros. No había forastero que viniera a Yecla y no preguntara por “la Zaranda”.

Martín Martí Font inmortalizó este “santuario del vino” en una de sus poesías en la que dice: “Aquellos siempre está lleno y hay de “pinchaos” gran demanda. ¿Quieres saber lo que es bueno y pasar un rato ameno? Dirígete a “La Zaranda”. Si te ronda el mal humor, “la Zaranda” te lo espanta. Contra el llanto y el dolor no hallarás nada mejor, te digo que es cosa Santa. Sin dar más tregua el dolor, lo proclama un servidor”. Así era aquel viejo bar de “la Zaranda” que tantos recuerdos dejó en Yecla.

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