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Mis queridas todas

Antonio M. Quintanilla

Y  al decir todas me refiero a todas y cada una de las mujeres con las que convivo, especialmente a las más jovenzuelas que empiezan ahora a salir del cascarón. Mi hija, mis adorables sobrinas, y las sobrinas que he heredado de primos y parientes, y las hijas de amigos, conocidos y allegados más o menos amigos, conocidos y allegados. ¿Y a cuento de qué digo esto? Pues, mirad, resulta que estaba pensando en la trifulca que se levanta cada año con la conmemoración del 8 de Marzo y me habéis venido todas a la cabeza.

Deben ser cosas de la edad, lo reconozco: hacer peña con la gente más joven me recarga mi viejuna batería a tope de energía positiva, limpia y renovable. Porque la gente joven todavía no está contaminada o, mejor dicho, todavía está a tiempo de no terminar adulterada por nada ni por nadie. Un día de estos preguntaré a mi amiga Engra Robles, articulista de este periódico y profesora de latín en el ‘Castillo-Puche’, si adulterar y adulto comparten la misma procedencia etimológica porque se parecen mucho y por desgracia los adultos tenemos mucha culpa de la bochornosa exclusión que seguís padeciendo. Adulterar significa, copio y pego, “alterar o falsear el sentido auténtico de una cosa o la verdad de un asunto, eliminando su calidad y pureza, añadiéndole algo que le es ajeno o impropio”. De ahí también que la juventud sea tan auténtica y sincera.

Y ese es precisamente mi preocupación ante el enconado enfrentamiento y animadversión que estalla cada vez que surge el debate de las injusticias que sigue soportando la mujer… Mis queridas todas, habéis heredado tantos años de abandono, incomprensión, conformismo e indiferencia por nuestra parte, digámoslo así, sin rodeos, que, aunque las metas alcanzadas en busca de la igualdad son más que evidentes, todavía nos queda mucho camino por recorrer, por recorrer juntos o será un camino sin retorno o que nunca llegará a ninguna parte. La sociedad que se supone debería en todos los aspectos de la vida protegeros y garantizaros la plena igualdad con respecto a los hombres os sigue dando la espalda.

¡Por eso, adelante, mis queridas todas, siempre adelante!  Pero no sería honesto con vosotras ni conmigo si a la vez de alentaros no intentara preveniros de que convertir la relación hombre-mujer, chica-chico, en una ciega, continua y encarnizada guerra de sexos nada tienen que ver con la discriminación de la mujer. La contundencia con la que siempre tenéis que exigir vuestros  derechos, que son exactamente los mismos derechos de todos sin distinción de sexos, nunca tendría que llevaros a perder la feminidad, la coquetería, la seducción o la sensualidad que tanta fascinación provocan en torno al universo femenino. ¡Adelante, pues, mis queridas todas, siempre adelante pues todavía os quedan muchos horizontes que alcanzar! Porque la verdad es que los hombres seguimos sin ponéroslo nada fácil. Para qué vamos a negarlo.

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