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Rafa Molina visto por Emilio Pascual

El fotógrafo yeclano expone «Vínculos. AZorín en mí, en la Casa Municipal de Cultura hasta el 30 de septiembre.

La fotografía ha heredado la hegemonía que la pintura tuvo entre las artes hasta bien entrado el siglo XX. La fotografía es hoy el medio de los medios, la herramienta para descifrar y reconstruir el mundo visible. La fotografía ha triunfado rotundamente sobre todo por su enorme versatilidad, desde el documento social hasta el arte conceptual, pasando por la fotografía kitchs de moda y perfumes.

Alfred Stieglitz luchó por hacer de la fotografía una forma de arte al nivel de la pintura y la escultura. Man Ray también es responsable junto a Moholy-Nagy con sus abstracciones estructuralistas y la utilización de la luz y del movimiento.

La fotografía irrumpió con fuerza en el mundo artístico como signo de lo nuevo. Pero en manos de cualquier aspirante a artista que se precie, sin demasiadas cosas que pensar, sentir o contar simplemente, la fotografía se ha convertido en un cajón desastre en el que se vuelcan todo tipo de imágenes sin más. Lo trivial y lo espectacular encuentran en la fotografía un marco de actuaciones gratuitas que no hace sino retratar el vacío de muchas intervenciones pseudoartísticas actuales.

El fotógrafo norteamericano Alvin Langdon Coburn fue un auténtico profeta cuando en 1916 escribió: “es mi esperanza que la fotografía entre en las filas de todas las demás artes, y que con sus infinitas posibilidades, hagamos cosas más raras y más fascinantes aún que el más fascinante de los sueños”. Esta anhelada singularidad le llevó de la mano hacia el mundo de la abstracción, entendida ésta no tanto como rompedora de formas sino como producto de formas inclasificables. Uno de los maestros de la abstracción en pintura, Antoni Tápies, escribió que “lo importante es producir una obra que despierte la sensibilidad y la emotividad profunda del espectador, que lo haga meditar sobre lo que ve y sobre sí mismo, y que si es posible, le produzca una emoción transformadora lo bastante fuerte como para ensanchar su comprensión del universo y hacer más armoniosa su relación con todo lo que le rodea”.

El surrealismo surge del movimiento dadaísta en la década de 1920. Sus imágenes son siempre desconcertantes; pueden tener ironía y humor, o ser turbadoras y profundas.

El movimiento surrealista pretendió liberar al hombre, liberar la imaginación.

Para Bretón era como “crear un hilo conductor entre dos mundos demasiado disociados, de la vigilia y de la locura, de la calma del conocimiento y del amor, de la vida y de la revolución”.

El surrealismo es automatismo, es descrédito del mundo de la realidad, es inquietante extrañeza rica en sugerencias y simbolismos. La única vía posible para el artista surrealista era anular el “modelo exterior” en beneficio del “modelo interior”.

La fotografía surrealista es la fotografía inventada frente a la fotografía documento.

Muy influida por la filosofía y la psicología, esta corriente dio un enorme impulso a la fotografía utilizando con total libertad una gran variedad de técnicas como el collage, el fotomontaje, el positivado de varios negativos en un mismo papel, impresiones por ocultación, el coloreado a mano, etc.

Rafa Molina, en sus fotografías, se alimenta de esta libertad surrealista y experimenta con la visión: distorsiones, movimiento, desenfoques, nitidez, frontalidad, detalles, indefinición, contrastes, texturas, formas encontradas, itinerarios visuales…

Sus imágenes transcienden de lo cotidiano para tener vida propia y formar parte de un mundo onírico en el más puro estilo surrealista en el que las cosas no son lo que son.

Se mueve en este proyecto entre el simbolismo y la abstracción fotográfica, con matices surrealistas.

La fotografía tiene poderes de transcendencia, no sólo concentra la energía humana, sino que es capaz también de remover recuerdos, detener el tiempo, hacernos ver más allá de lo que las cosas han parecido ser, y es que la fotografía tiene valores que pertenecen al terreno de lo subjetivo: la capacidad de fascinar al receptor, de emocionar, de hacer sonreír.

A Rafa podemos conocerle por sus fotografías. Su vida se refleja en ellas: sus pasiones, sus recuerdos, sus sueños, sus obsesiones…

Decía Pessoa que “los viajes son los viajeros” y que “lo que vemos, no es lo que vemos sino lo que somos”. Rafa Molina, en este proyecto, nos conduce a un viaje nostálgico, hacia los espacios y personajes que habitan la memoria de su niñez. A veces utiliza imágenes difuminadas, distorsionadas, como cubiertas por la pátina de los años vividos, borrosas igual que los recuerdos que son siempre selectivos e imprecisos, fragmentarias como una frase perdida en el eco del pensamiento.

Imágenes en las que consigue reflejar plásticamente los recuerdos, las emociones, las impresiones. Imágenes siempre evocadoras, de una densidad atmosférica palpable, empañadas del misterio que entraña la detención del tiempo en un instante extraordinario, llenas de sentimientos perdidos.

Si indagamos en su universo fotográfico pronto encontraremos referencias personales que plasma combinándolas con referencias a la realidad. Sus obras parecen suspendidas entre la realidad y el sueño creando una simbiosis entre racionalidad e irracionalidad, entre la lógica y la imaginación.

Javier Marzal dice que de los atributos de la fotografía el más importante es la narratividad: “estamos ofuscados en la instantaneidad del gesto y hemos privado a la fotografía de la capacidad de contar una historia, de relatar. Pero debemos crear una narratividad articulada en unas formas (plásticas) que la desplieguen de manera singular sobre la superficie plana, que nos permitan acceder a su significado”.

También la fotografía digital frente a la tradicional o fotoquímica favorece esta narratividad. Fontcuberta dice que “la diferencia fundamental es que la fotografía tradicional se inscribe y la digital se escribe. O sea, estamos pasando de la inscripción a la escritura…esto hace que se propicie otro tipo de campo creativo, por ejemplo un tipo de imagen más narrativa”.

El trabajo de Rafa Molina desborda imaginación narrativa. Nos aporta miradas a un paisaje espiritual, es una búsqueda bajo la superficie, es un captar lo extraordinario y misterioso de las cosas: aquello que escapa de la simple mirada. Rafa entiende el arte como un hacer visible lo invisible, como una experiencia transcendente que transforma el mundo natural visible en algo sobrenatural, como una exploración de lo invisible.

Rafa nos ofrece meditados encuadres de interiores escenificados, con una atmósfera de irrealidad, cercanos a los interiores de Bill Brandt al utilizar el gran angular. Espacios sobrecogedores a los que asistimos desde una posición indiscreta. Y sus panorámicas aéreas con formas encontradas también nos acercan a los problemas de Escher en sus dibujos sobre figura y fondo.

Las imágenes de Rafa, sus formas, sus presencias, sus recuerdos, están vistos casi con nostalgia y como queriendo recuperarlos para otras miradas, para nuestras miradas.

Se trata de un ejercicio de reconocimiento y apropiación de aquello que ya era suyo, aunque tal vez necesitaba palparlo y verlo, recuperarlo un instante más.

La obra de Rafa tiene un carácter inquietante que la hace situarse fuera del tiempo, porque es la expresión de un mundo propio y personal. Composiciones misteriosas, un mundo de alto contenido simbólico y próximo al surrealismo en el que no olvida la belleza; la idea de belleza como sueño robado a la vida, a la realidad, belleza como nostalgia. Sus fotografías son la expresión de un mundo imposible y perdido.

Imágenes bellas que nos invitan a la contemplación, quizás, de la esencia de su propia vida.

Decía Bill Brandt que “Un fotógrafo debe poseer y conservar las facultades receptivas de un niño que mira el mundo por primera vez”.

El maestro Azorín, germen e inspiración del trabajo de Rafa, era un contemplador con la mirada de un niño. Azorín era observación, silencio y reflexión.

Y por un instante, al contemplar las fotografías de Rafa, nosotros somos también niños y nos bañamos en el fluido cálido de nuestra memoria.

Soñamos, descubrimos y evocamos para ver más allá de la realidad.

Emilio Pascual

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