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sábado, 18 mayo, 2024
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INSTINTO MATERNAL

Por muchas toneladas de semillitas que aportemos a la cosa, nunca gozaremos los padres de la suerte de sentir en nuestras carnes el instinto maternal

No me duelen prendas reconocer que me resulta muy entrañable disponerme a mi edad a escribir sobre las madres. La mía se marchó hace más de tres años aunque cada día siento que ayer mismo estaba aún con ella. Vayan pues dedicadas estas líneas a mi madre. Me había rondado la cabeza empezar a opinar ya de las Fiestas de San Isidro pero tiempo habrá de sobra durante este mes en el que un día sí y otro también acudimos a un acto en torno a la festividad del santo campero y su también santa campera esposa. Abro paréntesis: antes o después tendremos que traer a Yecla al santo hijo de San Isidro y Santa María de la Cabeza, San Illán. Parece que le tengamos manía, o lo tengamos encerrado para que no moleste a la visita, pero San Illán, existir existió.

Que también tuvo San Isidro tiempo para otros menesteres además de rezar mientras unos ángeles le quitaban de encima el marrón de ponerse a labrar a sol y a sombra. Un día tengo que preguntar cómo puedo contactar con algunos ángeles que también puedan hacernos este periódico aunque sea donando un módico importe al cepillo parroquial. (Perdón, pero me he ido por Úbeda y sus cerros). Decía yo que a punto he estado de centrar estas Crónicas en las fiestas sanisidreras de mayo, el mes de las flores cuyo primer domingo dedicamos a las madres. ¿Y qué son las madres sino las flores más preciosas de nuestra vida? Ya sé que me ha salido la frase más cursi e indigesta escrita en el historia de la humanidad pero no habrá madre que no se derrita cuando la comparen con un jardín de flores. No le demos más vueltas porque no vamos a llegar a ninguna parte: madre no hay más que una y a mí me encontró la mía en la calle, el mismo día que conoció a mi padre siendo muy críos. De ahí que no existiría el día de la madre y el día del padre si ambos no pusieran de su parte. Hasta los hijos que no conocen a sus padres tienen un padre. E incluso los fecundados en una probeta también tienen un padre.

Esto es así y siento tirar por tierra algunos acérrimos dogmas: mi abuelo y mi abuela engendraron a mi madre. Y mi madre y mi padre me engendraron a mí como yo engendré a mis hijos convirtiendo a mi aquí mi señora en madre de mis hijos que harán con mis “yernas” lo mismo que yo hice con su madre (con su madre de mis hijos, no con la madre de mis “yernas”), y que hará mi hija con mi “nuero” cuando mi hija decida ser madre justo el mismo año que celebrará por vez primera el día de la madre. ¡Qué coincidencia! Así de sencillo por enrevesado que parezca. Pero, y aquí quería llegar yo después de darle tantas vueltas, por muchas toneladas de semillitas que aportemos a la cosa, nunca gozaremos los padres de la suerte de sentir en nuestras carnes el instinto maternal: llevar a tu hijo en el vientre es la mayor maravilla de la naturaleza, y que me perdonen las madres que han dado a luz con forceps o con cesárea porque menudo trago. Y lo digo por experiencia. Ellas saben a lo que me refiero: ese instinto materno, a no ser que seas un energúmeno, es el mismo que nos mantiene toda la vida unidos en cuerpo y alma a nuestras madres. Sigan o no sigan a nuestro lado.

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