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«…EN PLAN…» (POR EMILIO GÓRRIZ CAMARASA)

A poco que nos prestemos atención a nosotros mismos -ejercicio que por saludable debería de ser obligatorio al menos una vez al día-, nos daríamos de bruces con una realidad no siempre grata. Mucho menos edificante. Es tendencia cada vez más común encumbrarnos con el fin de disimular carencias que, en nuestra infinita ignorancia, creemos pasan desapercibidas para el resto de los mortales. Nihil novum sub sole.

Algo así como si nos hubiésemos engastado el anillo de Giges, indemnes a cualquier dictamen que pudiese perturbar nuestra autoestima. ¡Fatuos! Ya podemos investirnos de invisibilidad que siempre habrá quien nos fulmine con inquisidora e inquietante mirada y destapar, inmisericorde, los vicios más ocultos. ¡Ah, si hubiésemos leído a Esopo! El escritor griego entendió como nadie la condición del hombre cuando, con sólo dos alforjas como pretexto, destapó el autoengaño. El refranero español, más prosaico pero no menos certero, nos lo vuelve a recordar con aquello de la paja en el ojo ajeno cuando ocultamos los vicios por pura conveniencia.

Sirva este exordio para traer a consideración el abuso de ciertas muletillas que ensucian y molestan ad nauseam todo atisbo de comunicación, especialmente la oral. Me refiero a la que probablemente se haya convertido entre nuestros jóvenes estudiantes en la más utilizada y recurrente y, que por abusiva, está condenada a engrosar la interminable lista de palabras o expresiones moribundas, ojalá más pronto que tarde. Es cierto que convendría distinguir entre locuciones que, aunque repetidas, tienen una pertinencia comunicativa evidente, y la muletilla que la efervescencia juvenil en su empleo dicharachero ha convertido en moda. Efectivamente, usted, avezado lector, ha adivinado a qué atropello de orden gramatical nos referimos:

“… en plan …” ¿En qué plan? Porque si alude a un plan de estudios, o al plan de lectura del instituto de turno, o tal vez al olvidado Plan Hidrológico Nacional, podríamos ser benevolentes y pensar que la maldita preposición ha desvirtuado la correcta acepción del plan de turno, que tal vez no tenga otra intencionalidad que señalar la rotunda disponibilidad del sujeto paciente a aceptar sea cual sea el plan por poco planeado que esté. Dicho esto, podríamos pensar que nuestros alumnos son unos maestros en la planificación de sus tareas, planteando con minuciosa pericia la jerarquización de los planes diarios de trabajo. Pongo como ejemplo la penúltima aparición de este solecismo postmoderno hace tan sólo unos minutos, mientras escribo estas líneas:

PROFESOR. -¿Has leído ya el libro, Estefanía? ALUMNA. -Pensaba leerlo… (pausa) …en plan… (pausa)… entre hoy y mañana (por la entonación se intuye inacabada la oración, por lo que deduzco que carecía de todo plan para leerlo).

Despido con indulgencia la sintaxis tullida de Estefanía -nombre ficticio- y la avergüenzo con el mejor de mis talantes, en plan pedagógico, planteándole la inconveniencia de este cáncer expresivo que amenaza, si no hay plan que lo remedie, con una metástasis irreversible. Me doy por satisfecho cuando mis alumnos reculan al saberse prisioneros de semejante sintagma o, simplemente, sonríen avergonzados de haber sido cazados una vez más por el implacable radar de años de docencia. Pero ocurre que a menudo uno peca de soberbia, revestido de falsa inmunidad, y olvida con frecuencia aquello que aprendimos en el catecismo del padre Ripalda: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Entono pues mi particular mea culpa, consciente de emplear otras o parecidas muletillas, tal vez algo más elaboradas pero, valga el oxímoron, repletas de la vacuidad más absoluta.

Lo triste es que han sido mis propios alumnos quienes, para mi escarnio, las han grafiteado en el tablón del aula. Desde entonces sufro calambres y episodios espasmódicos cuando me las oigo decir una y otra vez, incapaz de contener semejante hemorragia de innecesaria palabrería: -¿vale?-, – como no podía ser de otra manera-, -evidentemente-, -este texto tiene cositas-, -no me hacéis caso-, -¿verdad?-, -no sé si me entendéis-, -a ver-, -ehhhh-,…Reconocida públicamente mi aportación al proceloso mar de las cantinelas, prometo someterme a un plan de mejora que pienso poner en práctica desde hoy mismo. ¡Guerra sin cuartel al anacolútico “en plan”!

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