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jueves, 28 marzo, 2024
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CAPUCHAS DE CARTULINA Y PAPEL DE PERIÓDICO

Los recuerdos más lejanos de mi infancia se sumergen en la Semana Santa de Yecla, a finales de los 60, antes de que en 1970 nos marcháramos a vivir a Madrid durante 15 años. Cómo pasa el tiempo, madre mía. (Hablando de madre mía, se cumplen hoy tres meses de la muerte de mi madre. Vayan estas ‘Crónicas’ dedicadas a ella). Os aconsejo que alguna vez probéis a bucear en vuestra memoria intentando pescar el recuerdo más lejano que todavía os anda dando vueltas por las profundidades de la cabeza. Una experiencia muy gratificante aunque agotadora pues llega un momento en que a pesar del esfuerzo no consigues retroceder más en el tiempo.

Yo practico esta entrañable afición de localizar en mi recuerdo más remoto tumbado en la cama a esas horas en la que todo está en silencio y resulta más fácil concentrarse antes de correr el riesgo de despertarme de sobresalto con mis propios ronquidos. Una afición muy frecuente entre seres de avanzada edad como el que suscribe y “sus escribe”. De joven solo te obsesiona el mañana, entre otras cosas, porque careces de pasado. (Punto y aparte justamente aquí). Y así, ensimismado en mis adentros, he logrado verme a mí mismo con unos 10 años desfilando con la pandilla de mi calle cuando se acercaba Semana Santa.

Yo nací en el callejón de Murillo, frente a los escaparates de Elías Polo, encima del taller de mi padre. Aún hoy me enseñan cuadros en los que por detrás se sigue leyendo “Cristales Ramiro hijo”. Mi abuelo paterno regentaba la tienda que llevaba su nombre “Casa Ramiro”, debajo de donde vivían, y mi abuelo Antonio tenía la carpintería en Epifanio Ibáñez con Quevedo, pared con pared con su casa. Por eso, en honor a aquel barrio donde me crié, siempre he sido muy “Judas”. Mi abuelo Ramiro salía en la cofradía del Comercio, Nuestro Padre Jesús, a la que hoy siguen siendo fieles mis primos; y mi abuelo Antonio siempre con San Juan.

Ubico los domicilios de mis abuelos porque por aquellos alrededores desfilábamos los críos imitando las procesiones con sus capuchinos, bandas de música, ‘judíos’ y ‘sanjuaneros’, por Horma y calle del Niño, Blas Ibáñez, ‘Salsipuedes’ (y entra si te dejan), Juana Valera, la Rosa, Casas Altas, hasta la Plaza de Abastos, frente al Ayuntamiento, donde sabíamos que mucha gente nos aplaudiría a nuestro paso porque en aquellos años casi todo el pueblo iba a comprar a la Plaza.

Unos botes y unas latas grandes eran nuestros tambores y los palos de escoba nuestros cetros. De trompetas utilizábamos los canutos de cartón donde enrollaban las telas en Casa Ramiro y Elías Polo y con cuyos retales nos hacíamos las capas, y con cartulinas y papel de periódico pintado de colores nos enrollábamos las capuchas hasta sacarles punta. Lo recuerdo como si me estuviera viendo ahora mismo reflejado en los escaparates de aquellas calles de mi infancia. Las mismas calles por las que desde hace siglos desfila la Semana Santa de Yecla. Pero la de verdad, no la que organizábamos los críos de hace 50 años por estas fechas.

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