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jueves, 28 marzo, 2024
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Recordando la M-30

‘La Zaranda’ era el epicentro de aquella ruta del vino en los años en que tomar el aperitivo, más que una costumbre, era casi una obligación

No sé cómo le habrá sentado a Castillo-Puche que Astérix y Obélix sean los culpables de que yo haya interrumpido la lectura de ‘Cartas heculanas’, el último libro de Liborio Ruiz en torno a las cartas que José Santa Marco, fundador de ‘La Zaranda’, remitió a nuestro universal escritor. No he podido resistirme a la tentación de aparcar ese y todos los libros que tengo a medio leer, y que seguramente no los terminaré nunca, y centrarme en la lectura de la última entrega de las aventuras de los famosos e irreductibles galos, uno de los inesperados presentes que Melchor Lorenzo, Gaspar Sánchez y Baltasar Castaño tuvieron a bien echarme en el paquete de este año. Aunque, en honor a la verdad, todos los regalos que recibí en la noche de Reyes han sido inesperados porque no tengo yo conciencia de haberme portado ni medianamente bien como para merecer nada. (Punto y aparte y vamos a lo que vamos).

El caso es que nada más comenzar a leer las primeras páginas de ‘Cartas heculanas’ que siguen al prólogo de Miguel Ángel Puche se me removieron en la cabeza, de golpe y porrazo, por la parte que me toca, multitud de recuerdos partiendo de ‘La Zaranda’, aunque mi memoria sitúan tras la barra y los chatos de vino (eso sí que era chatear y no lo de ahora), a Martín Santa y a varios de sus hijos que en la década de los 80 arrimaron el hombro en los años de mayor fama del bar más característico y conocido de Yecla dentro y fuera de nuestras fronteras. ‘La Zaranda’ además era el epicentro de la M-30 como así se conocía al recorrido por los bares del centro hasta la zona de la Horma del Niño cuando en Yecla, más que una costumbre, era casi de obligado cumplimiento tomar el aperitivo. En nuestro caso recorríamos la M-30 casi siempre en el segundo turno del mediodía y de la tarde, cuando cerraba el comercio porque las tiendas siempre acaban las últimas.

Esperábamos a que mis tíos Antonio y Luis echaran la persiana de Casa Ramiro para ponernos en marcha comenzando por ‘El Rocinejo’, para seguir hacia ‘El Palomar’, ‘El Andaluz’, ‘La Perla y ‘La Zaranda’, y según como fueran los cuerpos, aprovechando que vivíamos junto al Callejón Ancho, tomábamos la penúltima y la ‘arrancaera’ en ‘el Agustín’, ‘Morrete’ o ‘El Poniente’ o en los tres sitios, con la única condición de no llegar a casa nunca después de las tres que es la hora a la que siempre hemos comido. Seguro que se me olvida alguna parada y fonda de la M-30. Años después, al casarme frecuentábamos otra de las pioneras y más típicas rutas del vino de Yecla, entre Rambla y Francisco Castaño. Era la zona de avituallamiento en los fines de semana de mi familia Paterna con mi suegro al frente: ‘Keyko’, ‘el Melero’, el ‘Gaggia’, ‘el Venecia’, la Granzona’, ‘el Perico’, ‘la Prensa’… Y seguro que también se me escapa alguno. Porque como dice un amigo mío que le saca punta a todo, “si en Yecla mostráramos la misma afición a las parroquias que a los bares estaría el santoral repleto de mártires yeclanos”, como evidentemente no es el caso.

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