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Juan Soto Ivars: «La ‘yeclanez’ se me nota en el sentido del humor entre bestia y surrealista y en que si hace un frío del copón yo digo que hace fresquete»

Nació en 1985 en Águilas. Hijo de madre yeclana y padre aguileño. Escritor y periodista, autor de novelas y ensayos, ha escrito nueve libros. Es miembro del consejo asesor de la Fundéu desde 2017. También es columnista en medios impresos y ‘on line’ y cada vez más habitual en tertulias de radio y televisión.

En su nuevo libro «En casa del ahorcado» intenta responder a la pregunta «¿por qué hay cada vez más tabúes y líneas rojas?», una temática conectada con su anterior éxito literario «Arden las redes», otro ensayo sobre las postcensura y el nuevo mundo virtual.

Antonio M. Quintanilla

Muchos lectores de este periódico tal vez no sepan que tu madre es de Yecla y tu padre es aguileño. ¿Qué hay en Juan Soto Ivars que hayas heredado de tus raíces familiares yeclanas? ¿Qué relación actual tienes con nuestro pueblo?

Hoy la relación es echar de menos. Llevo mucho sin ir por la pandemia y porque he tenido un crío, y cuesta viajar. Allí está mi yayo, mis tíos y primos, y algunos amigos. En lo que se me nota la «yeclanez» es el sentido del humor entre bestia y surrealista, y en que si hace un frío del copón yo digo que hace fresquete.

Uno de tus primeros libros que más contribuyó a que tu nombre empezara a sonar con fuerza lleva por título «Un abuelo rojo y un abuelo facha». (Editorial Círculo de tiza). ¿Podría Yecla volver a inspirarte alguno de tus próximos libros aunque sea en parte?

Aparte de ese libro, que en realidad es una recopilación de artículos, la novela donde Yecla aparece con más importancia es «Siberia», cuya historia empieza en Madrid y termina en Yecla. Allí huye el protagonista, para esconderse, de un crimen que él cree que ha cometido. La lástima es que esa novela salió en 2012 y ya es casi imposible encontrar ejemplares.

Novelista, ensayista, columnista, periodista de carrera y también has escrito para niños. ¿Con qué estilo te encuentras más a gusto?

Me gano la vida con las columnas, que son lo que mejor se paga y lo que me permite vivir exclusivamente de mi escritura. Las hago con facilidad y siempre encuentro temas. Aunque te acaban cansando las reacciones, a veces iracundas, de alguna gente. El resto -novelas para adultos, infantiles, ensayos- son un placer y un vicio.

Tu nuevo libro, «La casa del ahorcado», llega después de «Arden las redes», (ambos editados por Debate), dos ensayos que, corrígeme si me equivoco, aunque tocan temas distintos tienen como mismo hilo conductor los linchamientos sociales a los que estamos expuestos hoy por expresar nuestras ideas sin rodeos: por un lado la presión de las tribus, como tú denominas a las nuevas minorías que quieren imponernos sus dogmas, y la postcensura y el nuevo mundo virtual, también utilizando tus palabras, donde se dan los linchamientos a menudo en las redes sociales.

Sí, están conectados, como dices. «La casa del ahorcado» responde a una preocupación mía: ¿por qué hay cada vez más tabúes y más líneas rojas? ¿Por qué hay tanta gente interesada en que sólo haya libertad de expresión para los suyos, y empeñada en censurar a los demás? Tiré de estas preguntas y salieron temas muy interesantes, entre ellos esa polarización política que ha conseguido que familias y amigos se peleen por idioteces. Es un libro sobre nuestra fractura social, sobre la tiranía de lo políticamente correcto, y sobre la trampa que es a veces lo políticamente incorrecto.

¿Pero todos, conscientes o inconscientemente, pertenecemos a una tribu? ¿Podemos mantenernos al margen de ellas o por obligación nos queda más remedio que auto encasillamos o aceptar que antes o después nos acabarán encasillando los demás?

Todos pertenecemos a tribus. A veces, a varias. Desde nuestro grupo de amigos al partido que votamos, pasando por nuestro sexo, nuestra orientación sexual o nuestra raza, todo es susceptible de convertirnos en gente tribal. Es decir, en aldeanos recelosos, paranoicos y miedosos. Nadie está a salvo. Requiere un esfuerzo grande pensar por uno mismo. Y, como tú mismo dices, a veces son los demás los que te meten en una tribu que no necesariamente es la tuya. Por ejemplo, llamándote facha o comunista.

Da la impresión de que las redes sociales nos han provocado una especie de trastorno de identidad disociativo, un desorden de personalidad, algo así como Doctor Jekyll y Míster Hyde: somos quienes somos en realidad y al mismo tiempo somos lo que tratamos de aparentar ante los demás en las redes. ¿Compartes este punto de vista?

Absolutamente, amigo. Las redes sociales son el mayor experimento social de la historia reciente, y nadie nos informó de que nosotros éramos las cobayas. Son una tecnología que ha cambiado nuestra forma de estar en el mundo. Pero ni siquiera los que las crearon sabían lo que estaban haciendo. Zuckerberg, el creador de Facebook, era un pajillero adolescente que se puso a jugar con el ordenador. Su juego ha tenido efectos desastrosos en la democracia, y él se ha forrado.

La redes sociales nos han hecho vivir demasiado pendiente del qué dirán como sigue ocurriendo en pleno siglo XXI en los pueblos con los chismes y cotilleos. ¿Tanto miedo tenemos hoy a expresar públicamente lo que en realidad pensamos por temor a que la nueva inquisición de lo políticamente correcto nos ponga en la picota? Antes a esto se le llamaba dictadura…

Se hablaba de aldea global, con la llegada de las redes sociales. Decían que viviríamos todos conectados en un mundo pequeño, todos hermanos, como en un anuncio de Beneton. Pues no: resulta que en la aldea global todos nos convertimos en aldeanos huraños, temerosos del qué dirán, cotillas y metomentodo. Nos hemos convertido en la policía del pensamiento de Orwell. Nos encanta vigilar a nuestros vecinos y chivarnos en la plaza cuando hacen algo inmoral. Vivimos en un mundo entre «1984» y Sálvame Deluxe.

Créeme, cada vez conozco a más gente que se está desconectando de las redes sociales porque se sienten perturbados e intoxicados ante tantos bulos, fake news, falsas apariencias y la incapacidad de asimilar tantísimos mensajes e información como llegan a cada instante a nuestras pantallas. ¿Cómo podemos defendernos de la desinformación? ¿Cómo podemos distinguir a quién habla de verdad del que quiere colarnos gato por liebre?

Yo creo que es nuestro deseo de que ciertas cosas sean ciertas lo que expande los bulos. Por eso es tan difícil defendernos de la desinformación. Lees que Abascal le ha pegado un tiro a un moro, o que Iglesias cena con un etarra, y según tu ideología dices: ¡lo sabía! El esfuerzo contra la desinformación lo tenemos que hacer cada uno. ¿De dónde viene esta noticia? ¿Hay una fuente fiable? De entrada, no debemos creer nada que nos llegue por Whatsapp. Incluso esta entrevista puede ser falsa si te llega por Whatsapp.

Parece una paradoja pero recibir tantísima información a cada segundo al final se convierte en desinformación. ¿Tienen entonces algo de bueno o de positivo las redes sociales o todo es pernicioso?

Hay cosas positivas. Para un pequeño empresario, para un artista desconocido, para un joven con cosas que decir. Pero el efecto global es pernicioso. A eso que dices le dedico un capítulo en el libro. Wikileaks, por ejemplo, ¿fue información o desinformación? Todo lo que salió allí era cierto, pero era tanta, tanta información, que nadie puede recordar apenas nada. Tenemos tanta información que nuestro cerebro dice: «hasta aquí, no puedo más». Y se va a ver vídeos de gatitos.

Terminamos por donde hemos empezado, hablando de tus libros y de ti: nos da la impresión de que te encuentras a pleno rendimiento, cada vez te vemos más a menudo en los medios y raro es el día que no escuchamos o leemos sobre Juan Soto Ivars. ¿Tanta actividad frenética, si me permites la expresión, te deja tiempo para pensar en tu nuevo trabajo que quizás ya tengas entre manos?

Me gusta mucho trabajar, y escribo rápido. Tengo la inmensa fortuna de que mucha gente quiere leer lo que escribo, me invitan a tertulias y a programas de tele, se venden los libros… Así que trato de aprovechar este momento y trabajar mucho, porque dentro de nada habrá pasado la moda y vendré a pedirte trabajo a ti. No creo que esto dure. Todavía flipo de haber llegado aquí sin padrinos.

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