(Artículo cedido por Santiago Delgado, publicado recientemente en su web: oficiodescribir.blogspot.com)
El Museo Ramón Gaya (1910-2005) de Murcia ha ideado una serie de eventos artísticos, consistente en encargar a determinados pintores de contrastado prestigio, la creación de obras que puedan dialogar con algún cuadro del Maestro que da nombre al Museo. Felizmente ya iniciada la serie, el turno, tras Nono García, y Manolo Pardo ha llegado al pintor yeclano Emilio Pascual (Yecla, 1961).Emilio ha ideado un par de cuadros que pudiéramos llamar gemelos y contrarios. Ha identificado a la copa, omnipresente en los cuadros del pintor del 27, y ha buscado depurarla, desnudarla del todo. A la vez, nos ha descubierto que la del Maestro aún mantenía cierto telo casi invisible que ya transparentaba su almendra última. Emilio ha dejado a la copa de Gaya, no ya solamente pura, sino prístinamente desnuda. Pascual no ha tenido al pincel como instrumento, sino a la propia luz, para identificarla como medio y como fin, al mismo tiempo. La luz, captada fotográficamente. Un ejemplar de copa gayiana, obtenida en su propio entorno familiar, idéntica en todo a la del autor del Sentimiento de la Pintura, le ha servido de referente. El artista, ayudado por textos del propio Gaya y de algunos exégetas de su obra, ha llegado a desproveer a la copa de entorno. Incluso de base o referente lateral. Y las ha sumergido en dos planos absolutamente negro uno y absolutamente blanco el otro. Conjugando varias tomas de focalización de luz, Pascual ha conseguido perfilar las dos copas, en los centros respectivos de ambos cuadros, rebajando los centros de gravedad lo suficiente para que no vuele la imagen. En "lienzos" del tamaño de un talle humano.
Como en un ajedrez dual, el encantado díptico encara al espectador con una sobriedad, muy de la pintura española, la Roca Española del Prado que decía Gaya. Un aire de Zurbarán, y de su famoso bodegón de las jarras, golpea estéticamente al espectador amante de la Pintura y del sentimiento que produce. Y es el negro de fondo del Cristo de Velázquez. Y es el perfecto perfil, reducido a pura luz, de la copa con agua en su tercio llena, que recuerda la uvas perfectas de Juan el Labrador. Y el espíritu de sobriedad expresiva de las liras de San Juan de la Cruz.
Y, en el gemelo contrario, albo como hábito de mercedario también zurbaranesco, restallan glorias de Tiépolo y nubosidades inmaculadas de Murillo. También, el recuerdo de Ramón Gaya, que supo ver que, en aquella copa española captada por Velázquez en el Aguador sevillano… había algo más que una copa.