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VOTANDO EN FAMILIA

Hijos del mismo padre y la misma madre pero en casa a la hora de votar cada uno parece de un padre diferente y una madre distinta

Las Elecciones Municipales y Autonómicas del pasado domingo 28 de mayo han sido las primeras en las que ha votado el benjamín de nuestra familia que, para aclarar dudas, no se llama Benjamín precisamente sino Jesús, como su más que acreditado, insustituible y barbado padrino. Es lo que tiene alcanzar la mayoría de edad: no te queda otra que empezar a retratarte porque ya nadie nunca más va a decidir por ti. (Me refiero a mi hijo, no a su padrino porque su padrino no terminará de hacerse mayor nunca). Se cierra pues el círculo y a partir de ahora ya votamos todos en casa. Cada vez que ha llegado la hora de acercarnos a las urnas, en nuestra familia lo hemos vivido como un acontecimiento excepcional y un ritual algo solemne.

Sobre todo cuando a cada uno de nuestros hijos, uno a uno, le ha ido llegado el momento de estrenarse votando, e incluso antes porque siempre hemos acudido con ellos al colegio electoral, desde que eran pequeñajos. Resulta muy conmovedor contemplarlos la primera vez que echan mano de su carnet de identidad y se acercan con los sobres en mano a la mesa para que verifiquen sus datos personales después de haberse metido un rato largo en la cabina para elegir sus papeletas en el secreto más absoluto. ¡Como si su madre no supiera de sobra lo que pasa por la cabeza de cada uno de ellos! Más de una vez al hacerse mayores nos han confesado que tenían muchas ganas de cumplir 18 años para ir a votar y para poder entrar en la Mannix.

Desde críos les hemos explicado en qué consiste la Democracia, que no es perfecta al cien por cien pero que a día de hoy es el mejor sistema que conocemos para entendernos y tener la fiesta en paz, y lo importante que es expresar nuestra opinión a través de la opción política que elijamos depositar en las urnas libremente. Tan libremente que, de hecho, en casa tenemos representado a todo el arco parlamentario, una peculiar circunstancia que cuece y enriquece los caseros debates políticos que empalmamos sin que por supuesto nunca llegue la sangre al río. Y es que una cosa lleva a la otra: también hay que transmitir concienzudamente a los hijos que se puede hablar de credos y opciones políticas sin necesidad de enzarzarse en acaloradas discusiones.

“No pienso como tú pero siempre defenderé tu derecho a que pienses como te dé la gana”, una frase con la que les he dado la tabarra cientos de veces en plan monserga heteropatriarcal. En política “tó er mundo é bueno”, siempre que defienda sus ideas respetando y tolerando las de los demás, sin querer imponerse creyéndose superior a quienes no las comparten y sin pensar jamás que tu verdad es la única verdad verdadera. Y así lo han debido entender nuestros hijos porque, como se suele decir, son hijos todos de la misma madre y el mismo padre (o eso quiero pensar yo con inusitada credulidad), pero en casa en cuestiones políticas cada uno parece de un padre diferente y una madre distinta. Y perdón por el enredo semántico.

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