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El aroma en las Fiestas Patronales

Martín Azorín Cantó

El aroma es una de las peculiaridades significativas de las Fiestas Patronales. Impregna nuestro olfato y se expande por doquier: por los pasos sacramentales del cerro mariano; por las callejas sinuosas, vetustas del casco viejo; por las calles neoclásicas, amplias, anchas, testimonio del neoclasicismo; por las cocinas y restaurantes, y por el labrantío en las gélidas mañanas decembrinas.

El aroma es distinto en diferentes momentos, en diversos lugares, en escenas precisas. En un deambular continuo penetra en nuestros pulmones fundido con el aire frío del declive del otoño.

El aroma es, de tiempo en tiempo, dulzón, delicioso; a veces, áspero, picante. Pero siempre formando parte de los elementos de nuestras Fiestas. Lo encontramos en la Alborada, en la “Bajada” fervorosa de la imagen de la Patrona, en la ofrenda de flores, en la gastronomía… No se conciben nuestras Fiestas sin el aroma de la pólvora, del incienso, de las flores, de las pelotas de relleno, de las gachasmigas…

En la Alborada destaca la gastronomía, clásica y ancestral, de las gachasmigas. La fragancia que despide su cocción es singular. Por una parte, huele la leña de sarmientos, cepas y diminutos troncos de olivo que se queman formando doradas lenguas de fuego; por otra parte, la torta que se dora, lentamente, en una sartén, desprende un aroma que despierta el apetito. Completan la pluralidad de olores, el asado de lonchas de tocino y embutidos que empapan las parrillas y la atmósfera de un olor deleitable a grasa derretida.

Estas han sido, desde tiempo inmemorial, las tradicionales gachasmigas, cocinadas en un caserón de labranza, en un lejío o entre ringleros de cepas descarnadas, soportando la escarcha que quemaba los hierbajos. El desarrollo de la Yecla oblonga, la despoblación rural y las dificultades existentes en la urbe, han disminuido, paulatinamente, la cocción en un fuego de leña.

En las Fiestas Patronales se huele, por todas partes, a la deliciosa y obligada gastronomía en torno a las pelotas de relleno, que tienen su momento álgido en la onomástica de la patrona, 8 de diciembre. Es un aroma único, exquisito, insaciable.

Tienen, además, un aroma especial el humo de los disparos de arcabuz y el del incienso, que bañan el aire de fervor y misticismo en la peregrinación de la venerada imagen de la Patrona. Sus efluvios quedan retenidos en los roquedos del monte, en los pinos que se inclinan en oración perpetua, en los pulmones de un gentío abigarrado, que reza, suplica, piropea.

Y se mezcla, siempre, con todos los olores el perfume de las flores, principalmente, en la ofrenda a la Patrona del día 7 de diciembre: mayestática,  devota, inefable. Y nunca podemos olvidar el aroma de las flores humildes, depositadas en las capillitas del Vía crucis.

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