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sábado, 5 julio, 2025
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¡Actuemos, ya!

Cristina Martínez Martín

Después de la segunda guerra mundial, surgió una enorme clase media en todo Occidente. Una gran masa de la población empezó a disponer de una alimentación suficiente y de una vivienda propia y, asimismo, acceso a la educación y a la sanidad. Esa clase media ha nutrido a las democracias desde mediados del siglo XX y lo que llevamos del XXI. El mundo occidental ha prosperado gracias a ese bienestar social. Quienes hemos tenido la suerte de vivir en esa confluencia histórica, apostábamos por un mundo más justo y una sociedad igualitaria en el futuro.

Las mujeres, gracias a ese periodo democrático, estábamos conquistando poco a poco una igualdad, que no era sino una cuestión de la más elemental justicia, pues llevábamos siglos siendo ciudadanas de segunda, cuando no esclavas… Ahora bien, en ese arduo camino, hemos dejado y, por desgracia seguimos dejando, un reguero de feminicidios.
Los hombres han dominado la sociedad durante cientos, miles deaños. Y, muchos creen aún que las mujeres les pertenecen, y que pueden hacer con ellas, lo que les apetezca, incluso matarlas.

Es evidente que la mejor receta para corregir y combatir esa monstruosidad reside en la educación y en la cultura. Sin embargo, en la actualidad, la educación está siendo maltratada en la mayor parte de los países occidentales, y la cultura, negada.
Con la situación actual del mundo, guerras, cambio climático, pandemias, desigualdades sociales e injusticias (generadores de conflictos), corrupción a mansalva, y una tercera guerra mundial apuntando en el horizonte, el sueño de un mundo mejor se nos ha venido abajo con estrépito.

En lugar de encaminarnos hacia esa sociedad idealizada, lo que no quiere decir uniforme, pues las ventajas deben ir siempre aparejadas al mérito, al talento y al esfuerzo, caminamos cuesta abajo y ciegos hacia un barranco donde, al final, todos terminaremos por estrellarnos.

La gran mayoría de mujeres y muchos hombres sensatos asistimos a esa escalada de agresiones en que ha derivado el mundo, con una involución de los valores que lo sustentaban, horrorizados e impotentes. Ahora bien: ¿qué estamos haciendo ante semejante situación?

Las mujeres, poco o muy poco. En cualquier caso, seguimos teniendo un papel muy pasivo. El 90% de los líderes mundiales son hombres. Son ellos quienes gobiernan y dirigen el mundo.

Nosotras nunca hemos sido partidarias de la guerra. Quizás porque parimos, detestamos la violencia; preferimos el diálogo, la paciencia y la generosidad a la agresividad, al exceso de testosterona y al desafío. Por todos esos atributos, somos la única esperanza de un mundo que se hunde y apunta hacia su total aniquilación.

Las mujeres no tenemos otra salida que plantearnos reaccionar y, en consecuencia, actuar.
No podemos seguir mirando para otro lado; no podemos mantener una postura pasiva; no podemos conformarnos con lo que está sucediendo, porque, si lo hacemos, pronto será demasiado tarde.

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