Ya pueden venir todos los apagones y catástrofes que quieran que las Fiestas de San Isidro Labrador pueden absolutamente con todo
Antonio M. Quintanilla
Sería cosa del destino, o una de esas casualidades a las que la vida nos tiene acostumbrados. Dependiendo de lo romántico, fantástico, pragmático o iluso que se sea cada uno pensaremos de una u otra forma. A un servidor el bendito apagón le vino de maravilla porque hacía muchos años que no me acostaba tan pronto. Con qué razón dicen nuestros mayores que antes los matrimonios tenían más hijos porque no había televisión. Además, yo fui de los que se quedó a dos velas, también informativamente hablando, porque se me agotaron las pilas gordas de mi viejo transistor y después de recorrer sin éxito todos los bazares, tiendas de lencería fina y chinos del extranjero opté ante tal tragedia por aceptar la inmisericorde realidad y meterme en el sobre. (O sea, la piltra).
El caso es que el apoteósico, histórico e histérico apagón que padecimos el pasado lunes 28 de abril nos sumió a todos en la más desdichada y profunda oscuridad luminosa y mental, lo que por otra parte vino muy bien para entretenernos pasando la tarde escuchando ocurrencias y disparates especialmente de quienes entienden absolutamente de todo y viven consumidos por la atosigante angustia de que más antes que después los cuatro jinetes del apocalipsis camparán por las calles yeclanas como Perico por su casa. Saben los lectores de este periódico que no exagero ni un ápice pues escucharían también toda clase de opiniones del porqué toda España se había sumido en las tinieblas del averno. Desde los que aseguraban que había sido el majareta de Trump en venganza por haberse ido nuestro presidente a jugar a los chinos a China, hasta los convencidos de que la culpa era de los chiflado hijos de Putin que habían iniciado la tercera guerra mundial empezando por dejar a oscuras a España para luego atacarnos sin que tuviéramos posibilidad de defendernos antes de seguir haciendo lo mismo con el resto de países europeos. Y no quisiera yo estar dando ideas a ningún perturbado.
Pero los que se llevaron la palma son los cuatro sonados de siempre que, sin pestañear y como si me estuvieran hablando del último partido que ganó el Real Madrid, juraban y perjuraban que estábamos siendo víctimas de un ataque de extraterrestres que nos habían dejado sin luz para poder invadirnos durante la noche más larga y tenebrosa de nuestra vida. Juro por mis tres hijos y mi hija, mis dos “yernas” y mi “nuero” y mis nietos Ramiro y Mar que estoy contando la verdad. Además, usted también aprendería durante la pandemia que la peña está muy mal de la azotea y que no va a cambiar nunca salvo cuando salgan con los pies por delante. Menos mal que para lo que nos temíamos en un principio, el apagón duró poco y menos y de nuevo se hizo la luz justamente dos días antes de comenzar el mes de mayo, que es también el mes de las Fiestas de San Isidro, el mes en que se inventó la luz, la alegría, el colorido y las ganas de fiesta. Ya pueden venir todos los apagones y catástrofes que quieran que las Fiestas de San Isidro Labrador de Yecla pueden con todo. Y al decir todo me refiero a absolutamente todo.