Las Fiestas de la Virgen forman parte de nuestra identidad porque la asociamos a nuestros recuerdos, afectos y momentos compartidos
Antonio M. Quintanilla Puche
Resulta habitual en el transcurso de las entrevistas que estos días mantenemos con los protagonistas de las Fiestas de la Virgen que en repetidas ocasiones escuchemos aquello de que las sienten hasta lo más profundo porque las han vivido desde niños, y que de la misma forma ellos quieren transmitirla a sus hijos y nietos. (En el caso de que tengan la gran suerte de saber ya de primera mano lo que significa ser abuelo. Y no miro a nadie). Es impensable que puedas sentirte identificado con una tradición si no las has vivido desde antes incluso de que aprendieras a andar. Los recuerdos de nuestra infancia y juventud se transforman en símbolos que se mantienen vivos al repetirse en cada generación. Por eso pienso que la mejor definición de tradición es la que la relaciona directamente con las raíces en las que se sustenta la memoria desde nuestra niñez y que terminan arraigándose para siempre en nuestra forma de ser y de ver e intentar comprender la vida. Las vivencias de nuestra infancia con las que compartimos con los demás tradiciones como las Fiestas de la Virgen que empezaremos a revivir mañana en el Beneplácito, aunque en realidad todo empieza en el Sorteo de Insignias, son un puente entre el ayer y el hoy. Nos permiten mantener viva la herencia de nuestros abuelos y, al compartirlas con nuestros hijos, garantizamos que la riqueza cultural y emocional que atesoran las Fiestas de la Virgen sigan formando parte de nuestra vida personal y familiar, y de la vida de todas las personas de este pueblo que se sienten herederos de esta misma tradición. Las Fiestas de la Virgen nos conectan con nuestros padres, abuelos y antepasados, reforzando la idea de que somos parte de la historia de este pueblo, de que no estamos aquí ni somos lo que somos por causalidad. Los yeclanos que por las razones que sean han crecido al margen de la emoción de participar de una u otra manera en las Fiestas de la Virgen saben sobradamente de lo que estoy hablando.

Sin embargo no me creo del todo que cuando alguien se acerca a una tradición siendo ya adulto o mayor de edad, solo pueda admirarla o respetarla, pero nunca sentir la misma intensidad que quien la hemos heredado desde pequeño. Y tengo pruebas contundentes para mantener mi opinión: sigo siendo testigo cada año de muchos yeclanos y gentes venidas de otras tierras que se han contagiado de esta tradición siendo ya mayores de edad y en muy pocos años han conseguido igualar el entusiasmo de quienes nos parieron con un arcabuz entre las manos. Las Fiestas de la Virgen forman parte de nuestra identidad y de nuestra tradición porque las asociamos a nuestros recuerdos, afectos y momentos compartidos más recientes o más remotos. No basta con conocerla desde fuera: para sentir las Fiestas de la Virgen como propias hay que vivirlas, interiorizarlas, sin prejuicios ni complejos. Solo así podremos continuar transmitiéndola a niños, jóvenes, mayores, con plena naturalidad y convencimiento. ¿Qué otra cosa si no es la tradición?













