Juan Muñoz Gil
Los otoños en Yecla a medida que pasan los años acaban siendo a cual más anómalos, entre otros motivos el negar los aguaceros habituales en esta fase estacional que en otra época transcurría con continuos temporales lloviendo día y noche durante semanas. El microclima que se origina en el Altiplano, según los entendidos en enología, es el ideal para el logro de uvas que generan un vino, Monastrel, dando motivo a la denominación de origen de Yecla-Jumilla, al menos por ahora, y esta deriva del tiempo propiamente dicha, sin duda ha ido influyendo en la calidad de un fruto y no menos en sus gentes, ya que la Naturaleza condiciona toda la vida que viene a darse en un entorno determinado.
Si consideramos que la existencia de una persona funciona generalmente por impulsos eléctricos, o como las nubes que circundan los cielos portando una energía descomunal trasladándola de un paraje a otro, y al saber que el Polo Norte Magnético de la Tierra ha ido variando continuamente ya que a principios del siglo XX se situaba en Canadá, a mediados de dicho siglo estaba en Groenlandia y actualmente se ubica en Alaska, quiérase o no, los campos magnéticos originados de alguna manera pueden influir generando anomalías tanto en el mundo vegetal como ocasionando afecciones, indisposición o entusiasmo en todos los seres vivos, aunque si recabamos en esos continuos cambios ocurridos tras varias generaciones, no es muy aventurado enmarcar la acción de la Naturaleza en una suma de supuestos que conducen a la conjetura vivencial observada en un momento dado.

Los agricultores de Yecla recurrían a la misericordia del cielo suplicando la lluvia que en ocasiones se resistía a regar sus áridos campos, de ahí la tenaz religiosidad que les ha caracterizado desde siempre, en tanto, los Otoños siguen en sus treces dejando pasar las nubes sin derramar ese liquido reparador de cultivos y no menos la santa paciencia de la que son acreedores los campesinos yeclanos. También se sospecha que el manto de plástico que cubre el litoral almeriense y murciano, es el culpable de la carencia pluvial sufrida en el Altiplano, aunque hasta ahora son hipótesis a las que hoy con la Inteligencia Artificial se podrá dar una evaluación precisa de esta aciaga anomalía en todo nuestro contorno.
La celebración de la Feria Local marca el inicio del equinoccio de invierno y la experiencia de los mas cargados de años cuentan haber vivido paulatinas alteraciones otoñales, situaciones éstas que gracias a la fotografía podemos rememorar y apreciar el cambio soportado a lo largo de los años, pero la confusión actual no solamente repercute en la agricultura, sino que el comercio local tiene muy asumida la perdida de ventas de entretiempo, al no efectuarse el paso del calor al frio de manera pausada sino que ocurre de forma repentina, perdiéndose una ocasión comercial beneficiosa para una actividad hoy esquilmada por circunstancias dispares.

Y hasta las hojas de los árboles se resisten a caer descontrolado su ciclo vital, al igual que lo soportan las personas, aunque ahora amparadas por una Sanidad eficiente, con vacunas, antibióticos y un pastilleo solícito, logran llegar a superar ese dicho yeclano tan repetido antaño, de que la muerte tenia costumbre de presentarse a la gente mayor, durante la caída de la pámpana y la movida de las plantas, pero al alargarse la vida ya todo se cuestiona. No quiero pensar lo que podrá ocurrir, según ya se vaticina en todos los medios de comunicación, con la posibilidad de llegar a prolongar la vida al menos hasta los 150 años, aunque lo cierto es, y esto sí lo verán los jóvenes de hoy, que por lo pronto se empezará alargando la jubilación al menos hasta los cien años, al reconocer los políticos, por ser tan previsores y amparándose en la ensoñación de esa longevidad, la necesidad alargar el pago de la vejez como salvaguarda para garantizar la pensión en un futuro inmediato.
Los otoños yeclanos también se complementan con la vendimia, aunque ahora pasa desapercibida por la mayoría de la gente, cosa que no ocurría antiguamente, ya que el paso continuo de carros repletos hasta los varales de de las uvas vendimiadas atravesaban las calles del pueblo y dejaban un penetrante olor a mosto como manifestando lo que sucedía en el campo, y sin faltar a los alrededores del lento caminar de los carretones, el zascandileo de los niños tratando de coger alguna uva con que aminorar sus apetencias y conformar otro de los proletarios juegos a que tenían acceso en aquellas épocas.













