No digo que el tabaco sea bueno o beneficioso pero hay tantas cosas nada saludables a las que nos abonamos a diario que por una más…
Antonio M. Quintanilla Puche
Vaya por delante que en el momento de escribir estas líneas sigo siendo fumador. No tanto como antes pero el paquete de cigarros no se separa de mis bolsillos. Intenté pasarme al tabaco de liar, que es lo mismo pero queda como más rebelde contra el sistema opresor, pero mi habilidad manual es igual a cero. Además, mucha gente me miraba mal porque se pensaba que me estaba intentando liarme un porro y no era plan. Al final desistí consciente de mi torpeza dactilar. Para que se hagan una idea: llamo a los amigos más mañosos para que cuelguen un cuadro en casa o me pongan una bombilla o un tubo fluorescente. Lo dicho: yo fumador me confieso. Y arrastrado por este impulso irrefrenable de sinceridad que me caracteriza muy a la larga también reconozco que ingiero grasas saturadas y grasas trans (no confundir con grasas LGTBI, poca broma), y ultraprocesados, frituras, embutidos, revueltos de cucos, salazones, colorantes y edulcorantes. Por prescripción facultativa no cato el azucar. El único dulce que pruebo es aquí mi señora. Las olivas y agrios me pirran y me gusta mojar hasta que me veo las barbas reflejadas en el plato.
Me apasiona comenzar las comidas y cenas con una buena cerveza fría y luego seguir con el vino, y siempre vino frío a pesar de las muchas broncas de mis amigos sumilleres de medio pelo doctorados en todo el espectro culinario. (Menos mal que para mi tranquilidad un amigo bodeguero me dijo hace tiempo que no hiciera caso a nadie y bebiera el vino como me a mí diera la gana). Antes de levantarme de la mesa suelo tomar un carajillo y/o un tapón de Justerini & Brooks y si hay tiempo remato con un estupendo gintonic. (Y si son pequeñicos, dos). Pero que más claro que el agua que destroza los intestinos y los caminos que a todo este desenfreno gastronómico solo me lanzo cuando estoy de parranda. En casa llevo una dieta estricta espartana acorde con el padecimiento al que someto a mi vetusto cuerpo casi todos los días en mis horas mañaneras de gimnasio. (Hasta aquí puedo contar. Más información, en programas de mano). Solo me resta añadir que todo lo que entra en mi cuerpo ha pasado previamente los controles sanitarios pertinente y ninguna de las sustancias referidas está prohibida si perseguida por la ley. Al igual que con el tabaco: sigo fumando por convencimiento personal, imperativo legal, porque me gusta y porque no hago daño ni molesto a nadie. Una cosa es ser fumador y otra cosa un maleducado. Por eso me ha sentado como un tiro la nueva prohibición de fumar en las terrazas. Menudo enfado tienen todos los hosteleros con los que vengo hablando estos días. ¿Me quieren decir ustedes dónde voy a poder fumar ahora? ¿En mi casa debajo de la cama o metido en un armario, en el baño bajo la ducha, otra vez dentro de los bares, en los garajes, en locales clandestinos de perdición y vicio, cosa que no me desagradaría del todo? No soy un delincuentes ni un leproso contagioso. No hago nada que conlleve multa o restricción de libertad. Y me callo, que luego se me va el pistón y no quiero arrepentirme.