Juan Muñoz Gil
Este ha sido el grito repetido en las calles de todos los pueblos de España hasta, al menos, principios del siglo XX. Era el aviso a posibles transeúntes de que algún vecino, mejor, vecina, se deshacía del inconveniente acuoso generado en su ámbito familiar arrojando a la calle el agua utilizada con las inmundicias.
Hoy día, abrimos la lleve de un grifo y surte al momento un chorro de agua limpia y cristalina sin ser capaces de apreciar el valor que esta situación actual supondría para aquellas gentes, ancestros nuestros, que diariamente debían ir a buscar en fuentes o corrientes naturales el imprescindible liquido de vida, de cuyo uso nadie puede prescindir. Ensalzando la valoración que todo el mundo daba a ese inodoro, incoloro e insípido líquido, que según se decía a modo de chascarrillo, servía para lavarse y algunos hasta se lo bebían.
Era costumbre en las casas de labor de todo el agro yeclano, elaborar vino para satisfacer las necesidades del conjunto familiar y allegados durante todo el año. Esas casas contaban con su trujal y los toneles precisos según el consumo requerido. Recuerdo, cuando en casa de mis abuelos pasaba los veranos con mi maestro D. Miguel Golf, Dª Ana María y la tía Concha, todos sobrinos de mi abuela Adela, y el agua era restringida al máximo, sin embargo el vino siempre estaba en todo momento disponible para cumplimentar la sed ante el extremoso cuidado que obligaba a consumir la menor agua posible. Dudo qué habría pensado el bueno de mi abuelo al oír las instrucciones médicas del momento, aconsejando beber al menos dos litros de agua diarios cuando en su casa raro era el día que convivían más de una docena de personas. La acreditada necesidad del agua del cielo en las zonas calificadas de “secano” era de una importancia vital, no solo para obtener cosechas eficientes, sino tanto mas para personas y animales habituales de esas casas de labor.
Un dicho muy popular repetido desde ni se sabe es “agua que no has de beber, déjala correr”. Lo que nunca se ha dicho pero sí ejecutado, es que un agua que no se utiliza en un territorio determinado se pueda conducir a otro que la necesite y su utilidad pueda ser beneficiosa a una mayoría. Hace miles de años una de las primeras civilizaciones construyó un canal llamado Bahr Yussef, del Rio Nilo a la depresión de Al Fayun, y desde entonces a hoy sigue siendo ese lugar un paraíso ambiental y a la vez productivo en demasía. ¿Y por qué en nuestro país no se trasvasa el sobrante de agua de lugares excedentes a zonas secas? Y sin embargo se opta en desalar agua del mar cuyo coste viene a ser, al día de hoy, 1 euro el metro cubico, con la particularidad de que el 60% de esos costes lo asume el Estado a modo de subvención.
Viene al caso recordar una penosa tesitura vivida en la anterior mencionada casa de mis abuelos, situación repetida en tantas otras quintas agrícolas del término municipal de Yecla, fue un año de pertinaz sequia que agotó las reservas de agua del aljibe que abastecía a la vivienda, y de inmediato se acabó construyendo otra cisterna y ya en la vida nunca faltó agua para nuestra familia, sin afectar para nada al ecosistema, logrando además que aguas descontroladas evitaran arrasar cultivos al estar encauzadas a depósitos de reserva.
Cualquier arqueólogo sabe que todo poblado primitivo se situaba siempre cerca de un nacimiento o corriente de agua, y cuando el agua mermaba o desaparecía, el asentamiento se abandonaba. El avance científico-tecnológico con el que hoy podemos contar dispone de bombas elevadoras, tuberías de PVC, maquinaria excavadora para construir canales, acequias y en pocas horas llevar de una zona a otra un caudal de agua, aunque parece que se prefiere cambiar de hábitat a toda una población, como se hacia en el neolítico, antes que trasvasar a donde se necesite el agua que excede en un territorio concreto, y que para más inri pueda llegar a ser devastado por dichas sobras. Ocurrencias raras que a veces se empeñan en imponer gobernantes sin que todavía exista una palabra para poder definirles, así que sea, pues, el lector quien puntualice el apelativo de esa manía negacionista en base a no se sabe qué. Si a las pruebas nos remitimos, en el año 1.900 este mundo contaba con mil cuatrocientos millones de personas, y para el 2.050 se calcula que andarán por aquí unos 10 mil millones, comiendo, bebiendo y generando detritus, ¿qué podrán hacer los responsables de conciliar la vida de tanta gente? ¿O solo subsistirán aquellos capaces de gestionar su propia existencia siendo el agua, sin duda alguna, lo más esencial?