Juan Muñoz Gil
Solamente durante los años del Gobierno Popular, la Guerra Civil y últimamente durante la epidemia del COVI, se dejaron de celebrar las Fiestas Patronales de la Virgen del Castillo, generándose en esas excepcionales situaciones un vacío festivo-religioso que indudablemente marcó a toda la población, bien fuese o no creyente, porque el arraigo de la tradición siempre ha permanecido firme en la idiosincrasia del carácter yeclano muy por encima de cualquier otro identitario emocional.
De nuevo estamos a las puertas de vivir una experiencia que supera todos los ámbitos sensitivos que de tal modo colman el ánimo y la querencia de nuestra gente, arraigada en la singularidad característica de toda una Comunidad y en este caso la yeclana. Durante siglos, un sentimiento común ha quedado sellado en los genes de sucesivas generaciones siendo muy difícil tratar de borrar o eclipsar de la noche a la mañana tesituras de tal calado. Durante los dos últimos años de la II Republica, según se puede leer en el “Libro de Actas de la Asociación de Fabricantes y Comerciantes de Yecla”, se impidió la celebración de las Fiestas Patronales y el malestar generado fue patente, aun siendo muchos los yeclanos ajenos a la cuestión exclusivamente religiosa, por considerar como algo negativo esa absurda determinación impositiva. Prueba de ello fue cómo al cabo de los años, cuando la normalidad tanto colectiva como económica se impuso, participaron en la Fiesta gentes de toda condición tanto social como política o religiosa, al ser considerada tal celebración como algo propio, afín y congénito, ajenos sólo algunos desdeñosos a la esencia misma de lo que supone la religiosidad que la Fiestas de la Virgen entraña.
Es muy difícil dilucidar sobre cuestiones tan particulares como las que conforman la estructura mental de una persona, sustentada no sólo por la razón sino también por la tradición familiar corporativa y tribal, de ahí la dificultad de querer implantar ideas o creencias nuevas como sabemos por la Historia, la de conflictos y cruzadas soportados por el ser humano y todavía aun sucediendo al tratar de imponer la fe sobre la razón y no permitir que el entendimiento fluya por su propio peso en el parecer connatural de las gentes.
Nuestras Fiestas son alegría y también devoción, que unidos dichos sustantivos se logra la armónica consonancia de un feliz entendimiento generalizado ante la presencia de la imagen de la Patrona. Y poder todos a una sentirnos gozosos y felices, bien disparando los clásicos arcabuces, desfilando al son de marchas marciales, gritando viva la Virgen, oliendo a pólvora, estrenando indumentaria para resaltar el porte, comiendo pelotas o gazpachos, en tanto se saluda a familiares y amigos que en estos días retornan motivados por el mismo sentimiento de confraternización. También comentando una vez trascurridos los días de júbilo los aciertos o carencias surgidas en las celebraciones sin dejar de resaltar la suntuosidad de los actos y la emotividad de los encuentros, siendo tantos los momentos puntuales vividos durante los días de fiesta, y de manera particular, animados por la emotividad colectiva repetida cada año como son las gachasmigas multitudinarias en los días previos, la entrada de la Virgen al pueblo aguardando entre el gentío en la Plaza Mayor, la llegada tras las procesiones al pórtico de la Basílica en tanto juega la bandera el Mayordomo, la preceptiva comida en familia del día 8, y los paseos obligados luciendo el estreno del nuevo atuendo como es de rigor, y no menos el reencuentro con viejos amigos que en esos días viene a ser tan habitual, resultando como un tesoro al dar pie a contar historias de tiempos lejanos, que sin duda, como bien dice la frase proverbial, “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”.
Estas Fiestas nuestras que arrastran una tradición constituida en el tiempo y mantenida inalterable e intacta por todo un colectivo, vividas y disfrutadas tanto por autóctonos como por visitantes y compartiendo con todos el deleite testimonial que cada año se renueva, con ese mismo empeño con que se azuza la mecha al cebo del arcabuz para que retumbe primoroso anunciando lo que en tales momentos identifica la singularidad de un pueblo. Y todavía por ser más relevantes en esta ocasión, obligados a celebrar con un “Arca cerrá” por la declaración de las Fiestas de la Virgen de Interés Turístico Internacional.
Y sin dejar en todo momento de estar pendientes del tiempo, precisamente por transcurrir las celebraciones en el inestable Otoño no se deja de mirar al Castillo y al cielo a la vez, esperando que el azul, emblema indistinguible de estas Fiestas, sea su presencia constante tanto arriba como abajo para poder realizar el tan esperanzado sueño cincelado durante todo el año.