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PROCESIÓN DEL SANTO ENTIERRO, SOLEDAD Y DOMINGO DE RESURRECIÓN

Alfonso Hernández Cutillas

La procesión del Santo Entierro, puede considerarse como la más majestuosa y solemne de la Semana Santa yeclana.

Procesión que tiene su inicio en la tarde-noche del Viernes Santo, partiendo de la Basílica de la Purísima acompañando al Yacente los pasos de la Cruz Guía, Ángel de la Pasión, Santa María de Cleofás, San Pedro, Santa Mujer Verónica, Santísimo Cristo de la “Lanzada”, Santísimo Cristo de la Buena Muerte, Descendimiento de Cristo, Nuestra Señora de las Angustias, Traslado al Sepulcro, Santísima Vera Cruz, Santa María Magdalena, San Juan y Nuestra Señora de los Dolores y Soledad.

Con paso lento y solemne desfilan las cofradías. El silencio del enorme gentío que se aprieta en las calles y aceras por donde discurre el cortejo, es la consecuencia del imponente espectáculo que presencia.

Lentitud, solemnidad, discurrir de pasos, nazarenos, insignias, estandartes, nubes de incienso, mantillas, cirios temblorosos, marchas fúnebres y maravillosas imágenes conducidas en andas y en carrozas, dan y ofrecen al espectador una visión especial, impresionante y majestuosa, cargada de una melancolía y unas emociones indescriptibles que no se olvidan fácilmente.

Así es el Viernes Santo yeclano en la noche de la Procesión del Santo Entierro. Momento álgido en la media noche que transcurre entre el Viernes Santo y el Sábado de Gloria, donde todo es sentimiento, dolor y emoción por la pérdida del Hijo Amado, en una de las jornadas más sentidas y emotivamente vividas en la tradición cristiana local, auténtica y verdadera

Procesión que tiene su final en la explanada de la iglesia de San Francisco para presenciar el acto inaudito de la SEPULTURA DE CRISTO, momento de una emotividad impresionante esperado por los yeclanos.

La Virgen de la Soledad  se va acercando lentamente hasta la puerta del sepulcro. El Yacente es girado dando cara a Ella. Son instantes indescriptibles. Un acto sublime que llena de amor los corazones de quienes lo presencian, mientras se procede a sellar el sepulcro.

La Cofradía del Cristo Yacente finaliza aquí el desfile, mientras la Virgen de la Soledad, dolorida y desconsolada, inicia desde las mismas puertas del Sepulcro su andadura hacia su iglesia titular del Santo Hospital.

En su ascensión por las calles de San Francisco y Hospital, va a acompañada de miles de personas que cantan con fervor el “Stabat Mater Dolorosa”, oración cantada y acompañada por “La Capilla de Música” u orquestina, junto al apuntador de la letra, cerrando el desfile Nuestra Señora de los Dolores y Soledad, portada bajo palio sobre un trono, y llevada a hombros por una cincuentena de costaleros pertenecientes al tercio de nazarenos.

A su llegada al templo del “Hospitalico”, tiene lugar la “Plática de despedida”, o Sermón de la Soledad. Es éste un momento único de la Semana Santa yeclana, volviendo a sonar la música y los cantos de dolor del Stabat Mater Dolorosa por la muerte de Cristo. Tras una difícil y bien ejecutada maniobra de entrada de la Santísima Imagen a su templo titular por parte de los porteadores, las puertas del templo se cierran. Mientras, La Yecla cofrade y penitente, esperará impaciente el amanecer del tercer día.

La mañana del Domingo de Resurrección es un arco iris de colores. Es una alegría sin rebozos. El sol de abril inunda las calles de nazarenos dándole al ambiente una estampa colorista y de gran tipismo. Las campanas tocan a gloria. El misticismo y el dolor por la muerte de Jesús son alegría y regocijo. Los desfiles multitudinarios de los días precedentes, de verdadera severidad penitencial –convertidos en un auténtico viacrucis–, tienen su coronación litúrgica en la apoteosis de la Resurrección, y por ello, Yecla termina sus fiestas con una espléndida y gozosa alegría.

Las calles por donde discurre la procesión del Resucitado son una fiesta multitudinaria de desbordante alborozo, destacando el encuentro en la plaza del Concejal Sebastián Pérez de la Virgen de la Alegría y del Cristo Resucitado, con la atenta mirada puesta por mayores y pequeños en la aparición de la figura del ”Diablico”. Cada año se repite el hecho. Las personas cambian pero el hecho es el mismo. Se repite siempre con la misma lozanía, con el mismo esplendor, con el mismo entusiasmo. ¡Jesús ha vuelto!

Bandas de Músicas, extraordinarias Agrupaciones Musicales de Cornetas y Tambores y un largo discurrir de cofradías y nazarenos, inundan el recorrido de aleluyas y caramelos. La procesión termina y las puertas de la majestuosa Basílica de la Purísima se cierran. Las calles quedan solas, silenciosas. La Semana Santa yeclana, tras los últimos ecos de la procesión del Resucitado queda atrás, se pierde cual meteoro, para quedar por siempre en el recuerdo de quienes  la han vivido.

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