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Charlie Hebdo, un gran drama en pleno siglo XXI

> El atentado visto por un yeclano residente en Francia > Un artículo de Eloy Torres Tomás

La masacre perpetrada contra la redacción de Charlie Hebdo, en París, ha dejado una ola de solidaridad que ha recorrido (está recorriendo) todo el planeta. El mensaje "Je suis Charlie" ha inundado las calles francesas, escuelas, centros de trabajo, ayuntamientos… La amplitud de este movimiento cobra mayor importancia si atendemos al carácter de la publicación y a lo que simboliza dentro de la vida y los valores republicanos en Francia. De Charlie Hebdo se está recordando estos días el episodio de febrero de 2006, cuando decidieron publicar unas viñetas sobre Mahoma que habían aparecido en Dinamarca y que estaban en el origen de unas amenazas yihadistas. Lo que en otras publicaciones se disfrazó de respeto a unas creencias (según algunos el Islam no permite la representación gráfica de su profeta) para disfrazar lo que no era sino miedo a publicarlas, en Charlie Hebdo fue poco menos que un estímulo para precisamente desafiar esas amenazas. Algunos expertos en terrorismo señalan ese hecho como el desencadenante de una sentencia que macabramente se ha cumplido casi diez años después. Después de aquel episodio vinieron más viñetas, amenazas, un atentado contra la redacción en 2011 (incendio, daños materiales) y lo más ridículo de todo, un dibujante satírico, Charb, director de Charlie Hebdo, armado con papel y lápiz que vivía siempre rodeado de dos escoltas que han sido asesinados en el mismo atentado. Charb, como el resto de redactores, nunca se calló ni dejó de decir lo que quería decir. En un vídeo de 2011 que cobra ahora una importancia enorme, con el fondo de una redacción destruida en un atentado, Charb decía claramente que la sátira y la burla eran su forma de provocar un debate. Lamentablemente hay quien no lo ha entendido así. Dicen que su última ironía fue lanzar un corte de mangas a los dos energúmenos armados de Kalashnikov cuando ya le apuntaban, pero eso no lo sabremos porque los supervivientes de la escena que podrían contarlo están hospitalizados, luchando entre la vida y la muerte, protegidos por un equipo médico… y de escoltas de seguridad.
Como ya ha sido dicho Charlie Hebdo arremetía contra todo lo que se le ponía delante y no dejaban que la moda del lenguaje políticamente correcto les callase la lengua. Muchos no estaban de acuerdo con lo que decían, no podía ser de otra manera. En Charlie Hebdo quisieron hacer su trabajo, ser libres haciendo su trabajo, y no aceptaron ni presiones, ni amenazas, ni demandas judiciales, que también las ha habido, entre otros del lado del ultraderechista Frente Nacional y Marine Le Pen, a quienes les ha faltado tiempo para pedir reinstaurar la pena de muerte, propuesta que afortunadamente nadie ha recogido. En Charlie Hebdo lo han pagado con la vida y ese es el gran drama en pleno siglo XXI. Porque ha sido atacado, por un lado, la libertad de expresión, un preciado bien sin el que no es posible la vida en democracia, y considerado en Francia sin duda como uno de los valores republicanos que estos días han empujado a la calle a tantos franceses a manifestarse. Por otro lado lo que ha sido atacado es el derecho a reír, con estos botarates fanáticos reconvertidos en una reencarnación de Jorge de Burgos, el siniestro bibliotecario de El nombre de la rosa, que advertía de los peligros de propagar la comedia. Sin risa y con la capacidad de crítica limitada por el miedo, el fanatismo quiere que regresemos a lo más negro de la Edad Media, el terreno preferido del fanatismo.
Los días que están siguiendo a este brutal atentado nos han dejado algunas escenas reseñables, de las que quisiera resaltar dos por el valor simbólico que tienen. La primera ha sido una rueda de prensa de la familia de Ahmed Merabet, el policía que fue abatido y rematado en la calle, en una acera, cuyas terribles imágenes ya han sido borradas en internet pero que no deben ser borradas de nuestra memoria. El hermano de Ahmed explicó que su hermano era musulmán y que había sido asesinado por aquellos que pretenden serlo. En el futuro será todavía más importante en Francia, país con más de cuatro millones de musulmanes, que nadie nos quiera confundir y hacer creer que ser terrorista y ser musulmán es lo mismo; entonces habremos de recordar a Ahmed Merabet y el testimonio de su hermano. La otra escena que quisiera reseñar es la de la enorme manifestación de París, llamada "marcha republicana", por lo que tiene de defensa de los valores republicanos en Francia, incluida la libertad de expresión, y que daría para una portada jugosa de Charlie Hebdo, con la presencia de algunos líderes muy poco amigos de la libertad de prensa, como el jefe de la diplomacia rusa Serguei Lavrov, el primer ministro húngaro Viktor Orban o el primer ministro turco Ahmet Davutoglu.
Como ha declarado el sociólogo y filósofo Edgar Morin, uno de los pocos intelectuales vivos a la manera inventada por Zola y su famoso J»accuse, Francia ha sido golpeada en el centro de su naturaleza laica y de su libertad. Para Morin el riesgo de sucumbir al miedo solo puede ser sobrellevado con la unidad de los demócratas, vengan de la cultura y la religión que vengan. Será bueno no olvidar aquello que nos recuerda Zineb El Rhazoui, redactora de Charlie Hebdo, en un emotivo artículo publicado en septiembre de 2013 y recordado estos días en Le Monde: criticar una idea o una creencia no es insultar a quien la defiende, es una base fundamental para cualquier debate de opiniones; son las personas que tienen esas creencias las que tienen que ser respetadas; las creencias y las ideas están para ser criticadas, incluso con la sátira, y debatidas: con palabras, con dibujos, no con balas.
Cuando escribo estas líneas estamos ya instalados en el día después y entre las muchas sensaciones una de las que lamentablemente predomina es la del miedo. Nuestra responsabilidad como ciudadanos es la de no dejarnos arrastrar por ese miedo ni limitar nuestro derecho de opinión. Va en ello el modelo de sociedad en el que queremos vivir.

Eloy Torres Tomás, (Yecla, 1962) es ingeniero Técnico de Telecomunicaciones y trabaja para la Agencia Espacial Europea (ESA), en la ciudad de Toulouse (Francia) donde reside desde el año 2006.

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